jueves, 30 de diciembre de 2010

Entre cine y novela

Por estos días, aunque desde hace meses -y de forma aleatoria-, TV Ciudad viene emitiendo sus programas sobre el Festival Ñ 2010. Si, pasaron meses desde el Festival Ñ en Montevideo, y estos programas no son nuevos, pero por alguna razón los están emitiendo con asiduidad últimamente. Cada programa se estructura en tres entrevistas realizadas durante el festival: una por Gonzalo Sobral a un escritor (obviamente extranjero, español, debido al festival), otra por Gabriel Peveroni, también a otro escritor o realizador, y una última con las preguntas ya editadas.

Esta prestigiosa casa recomienda estos programas, tanto para quienes hayan asistido al evento, como para quienes no. (Es una forma delicada que tienen los restaurantes con modales para decir que todo lo demás está en podrido o en vías de)

En uno de esos programas (que no se cuantos son, yo vi dos), Sobral entrevista a Vicente Molina Foix (1946, España), escritor, traductor -especialmente de la obra de Shakespeare-, que ha incursionado también en el cine primero como guionista y luego como director. En esta entrevista breve pero realmente interesante, Foix habla no solo de su tarea como traductor, de cómo es editar por Anagrama y de la génesis de la novela, sino que también habla de la relación entre literatura y cine, entre la novela y la película.

Personalmente creo que juntar en la misma conversación al cine y a la literatura precisa de mucho cuidado: hablamos de dos soportes diferentes, con otros códigos, formas y lenguajes. Hay que tener cuidado porque este tema se presta a la muy común y deleznable frase "la película me gustó, pero prefiero el libro", o "leí la novela, la película debe ser una mierda", o también "la película corta partes de la novela, es una porquería". Es como decir: el jugo de naranja es mejor que el licuado de pera y bananas. ¿?. Todos esos juicios parten de un error básico. El cine usa un lenguaje audiovisual basado en cortes de edición, movimientos de cámara, iluminación, todo un arsenal que buscará representar algo para la vista y los oídos de un espectador. Además, la atención del público promedio no puede estar más de cuatro horas frente a una cinta, supongo, por más atractiva que esta sea. La novela, en tanto, es solo letras, párrafos, el lector tiene que armar todo lo demás, sin importar si el autor es muy descriptivo o no. Hay, de plano, una relación dialéctica con el público (lector, espectador) diferente.

No hay mejor o peor. Es evidente -y necesario- que una novela de mil páginas llevada al cine sea reformulada y transformada en guión para durar dos horas; por eso hablamos de adaptación, supongo, y de guión. Si no sería como escanear la novela y poner un par de tipos a representar los diálogos, un par de árboles detrás y todo listo. Pero para algunos adaptación de una novela al cine parece que implica copiar y recrear cada una de las jodidas líneas, de las siete mil ochocientas líneas que tiene esa novela, y a la vez lograr una película de hora y media. Es curioso que exista gente que piense eso, muy curioso.

Es un tema demasiado largo. Ni Molina Foix ni Sobral dijeron ninguna idiotez de estas, claro está, pero se dio por un instante el tema de cómo es adaptar una novela al cine. Y es una pregunta justa para un entrevistado justo, que puede hablar con propiedad de ese proceso. Acertadamente Foix dice "llevar una novela al cine siempre es traicionar". Es muy claro: lo que en la novela es un espacio vacío que se llena con subjetividad del lector, en la película es representado por el director. Un ejemplo de esto -en nuestro país-, es citado en otro de estos programas, en la entrevista callejera que Peveroni le hace a Álvaro Brechner, director de Mal día para pescar, la mejor película (¿la única?) de género de los últimos tiempos en Uruguay. Peveroni le pregunta a Brechner "¿no te dio miedo meterte con Santamaría?". Creo que se le escapó a Peveroni, no soy quien para juzgarlo (lo juzgo, sí, por Tobogán Blanco, una muy linda novela suya), pero creo que es una pregunta innecesaria y muy Uruguaya. Adaptar un cuento de Onetti (Jacob y el Otro) desde una posición no-onettiana (confesada en esta entrevista por el mismo Brechner) es, a mi modo de ver, una oportunidad genial y así quedó demostrado, con una película (adaptación) espléndida en un medio cinematográfico -el uruguayo-, sobrecargado de ritmo europeo e historias mínimas (no es un ataque contra la evidente y marcada influencia estilística de Control Zeta sobre el cine nacional, al contrario, es una apuesta a hacer también otro tipo de cine que no sea siempre Stoll-Rebella). Pero para muchos -creo que Peveroni no piensa esto aunque tal vez me equivoque- no se trata de hacer una arriesgada película sobre un cuento genial, es "meterse con Santamaría, con Onetti".

Después sí, como se habla (sin especificar) en la entrevista de Sobral y Foix, hay veces en las que sale mejor parada la novela -juzgada como literatura- frente al filme, o en caso contrario; la película -juzgada bajo canones del cine- en oposición al libro. No mejor una que otra, sino mejor en relación a su formato mismo. Para explicarlo mejor: un ejemplo célebre es El Padrino, de Mario Puzo. No se trata de altísima literatura, si de una novela respetable. El-Padrino-Película goza, en el mundo del cine, de un elevadísimo prestigio como realización e historia de gángsters. El-Padrino-Novela, en cambio, no genera semejante respeto en el mundo literario.

viernes, 3 de diciembre de 2010

Otra Teletón

No quiero sonar insistente, pero mientras el fenómeno de la Teleton no cese de metamorfosearse mostruosamente, voy a seguir posteando al respecto cada año.

Quiero invitar a aquellos que no lo hayan hecho a conocer lo que pienso sobre esta campaña. Tal vez haya cambiado mi parecer en un año, pero estoy apurado como para leer todo el informe del año pasado. Link al pasado

En esta ocasón voy a agregar el primer gran cambio decadente de la Teletón:

"SI a colaborar"

"SI a sentirse bien"

Lo que antes era una suposición, algo velado, hoy es puramente expuesto: ya no hay porqué ocultar que el único y último motivo para colaborar es "sentirse bien". Decía antes que lo triste de campañas como esta, y tomo como ejemplo a la Teletón pero podemos hablar de otras tantas, lo triste de campañas como estas es el caracter masturbatorio del acto de colaborar: se ayuda a otro no por el otro, no para solucionar el "problema" ni para contribuír a algo exterior, se colabora solamente para sentir placer, para "sentirse bien" uno mismo con uno mismo. Sentirse bien con uno mismo por haber sido tan "generoso" con nuestro autoestima. Sentirse bien no por el otro sino por el placer que genera "ayudar".

Ya colaboré, ahora puedo apoyar la cabeza en la almohada y dormirme dulcemente bajo mis sábanas de generocidad PARA CONMIGO.

Quiero decir que todavía no se si este reconocimiento expreso y público del grado máximo del egoísmo es bueno o malo. Tal vez sea buena la honestidad: a fin de cuentas ya no insultan la inteligencia de algunos diciéndonos que lo que se hace se hace por "los chicos con capacidades 'diferentes'".

Al menos ahora ya no se toman el trabajo de cubrir la autosatisfacción: Es una buena y novedosa forma de ahorrar en hipocresía.

Pero por otro lado es el fin de las formas y las caretas, que a fin de cuentas, todos llevamos puestas a diario.

Respecto a los individuos que aparecen en la foto, es también algo paradójico. De izquierda a derecha: FREDDY NIEUCHOWICZ ABRAMOVICH, hombre enfermo por el dinero si los hay, no creo necesario seguir explicando ni detallando ni revelando mis fuentes. Omar Gutierrez, viejo chocho de la tv matutina al que sus propios compañeros tratan como si fuese un imbécil. Victoria Rodriguez... ... ... Nacho Alvarez, un periodista riguroso, incisivo y serio... aunque al parecer no escatima recursos para deleitar su morbosidad. Recordemos que subempleaba al difundo Escanlar y lo mandaba a recorrer quilómbos en la noche. Y para el final dejemos al gran Sr Fernando Vilar. Un tipo que cuando la policía avanza ni siquiera se gasta en tapar el micrófono para soltar un "si, bien hecho". Sospecho, y esto es solo una suposición, que Vilar estaría de acuerdo en mandar a trabajar a los niños que reciben tratamiento en el Centro Teletón.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Pasados de verde

Las publicidades de FUCAC, desde hace algún tiempo, me causaron cierta impresión: ¿qué es eso del verde? ¿Por qué tanta insistencia empecinada y traída de los pelos con el color verde, los bailes ridículos, los cantos, etc…? Desde la primera vez que vi uno de los spots publicitarios de FUCAC y su misteriosa campaña con el verde, me asaltaron muchas dudas. Primer que nada, por el repentino e inexplicado protagonismo del color verde en sus avisos. Y es importante recalcarlo: la empresa nunca se ocupó de explicar qué significa el verde, por qué lo eligieron y que buscan con ese color como bandera de la empresa. El verde apareció sin más, de un día para el otro, y ahí se quedó. Pero lo primero es preguntarse si hay alguna razón especial para ello. Y evidentemente tenderíamos a decir que si; que seguramente los de FUCAC le pagaron a un grupo de tipos que se hacen llamar creativos (lo más cómico es que se forman y se licencian de creativos), para que le diesen un toque especial a la empresa. Ese toque resultó ser el verde.




En el spot el verde aparece en todas sus formas: en las letras, en las cifras de préstamo, en las prendas y todas la indumentaria de los actores… hasta se pinta la cámara y se le da un baldazo de pintura verde al televidente. Pasate al verde. ¿Qué es el verde? ¿Qué implica pasarse al verde? ¿Por qué? Todo eso no existe.

Rápidamente vemos otra cosa: entre tanta verdosidad, aparecen niños, niñas, gordos de doscientos kilos, jóvenes, adultos, viejos. Todos bajo el encanto del verde; todos, en cierta forma, bajo los efectos del verde. Todos bailan, se ríen, hacen idioteces, cantan… Todo por gracia divina de haberse pasado al verde.

Y luego de indagar brevemente en esto la respuesta es simple: ¿cuál es el imperativo social actual? ¿Qué es lo más valioso que podemos tener hoy? Juventud. Cremas, cosméticos, líneas de expresión, antiarrugas, tengo cuarenta pero no los aparento, no te arrugues, cuidate del sol pero bronceate, qué pelazo!, conservá tu figura, cuidá tu silueta, mantenete en forma, sacate años con la crema X. Esas son las expresiones que pueblan la publicidad hoy en día: el proceso natural de envejecimiento, el proceso natural que siguen todos los organismos de la tierra resulta peligroso, hoy parece necesario pervertir las reglas naturales en pos del congelamiento. El hombre actual es alérgico al paso del tiempo. No hay peor mal que la vejez. Viejos son los trapos; esa frase intenta servir de consuelo a una masa humana condenada al deterioro, al envejecimiento inminente que espera a su víctima.

La vejez ya no parece un bien, un proceso natural esperable y que sirve para acumular experiencia ni sabiduría: hoy es el terror que acecha a las personas, más terror que la muerte misma es ser un viejo. En el mundo en el que constantemente se amenaza con el no hay mañana, el fin del mundo, el día en que la tierra se detiene o el 2012, lo que queda es vivir aquí y ahora. Aprovechemos el momento, pues no sabemos que depara el futuro, si es que lo hay. Por eso no pensemos en el futuro, olvidémoslo: maquillémoslo, retrasémoslo… Postergación continua y estéril por evitar un mal que es inevitable. Eso parece.


En este marco, la publicidad de FUCAC no parece más que un producto típico de nuestro tiempo. Un esperanzador y patético sketch. Pasarse al verde significa olvidar las preocupaciones que antes aquejaban al hombre común (mi futuro, el ahorro, el trabajo, la dignidad). La cultura y el valor del ahorro, tiempo atrás considerado algo honorable y obligatorio, hoy ha desaparecido: ¿para qué ahorrar si nos vamos a morir? La aparición y proliferación de empresas de crédito marca el fin de la cultura del ahorro y la racionalización de los gastos.

El spot muestra a todos bajo el dulce y alegre reino del verde, del presente y el crédito: un toque de verde y las preocupaciones se van, un toque de verde y los viejos bailan, sonríen, disfrutan de la vida. Y esto no es menor: no es casual que los viejos (la gente de la tercera edad) sean protagonistas estelares de los avisos de FUCAC y el verde: el verde es el color de lo que todavía no está maduro, de lo que aún es fértil, lo que está creciendo, lo joven, lo que fluye. Eso, que es todo lo contrario a la vejez, con la magia de FUCAC convierte a los viejos en viejos verdes; es decir, viejos jóvenes que olvidan el paso del tiempo y las arrugas y bailan y ríen y piden préstamos y no se preocupan por nada.

sábado, 13 de noviembre de 2010

Bueno o malo, pero acertado



El más reciente spot publicitario de Coca Cola (el del video anterior) es francamente perfecto. Y lo digo sin ser especialista en marketing ni en estrategia alguna de ventas. Lo digo, simplemente, porque tiene lo que debe tener una marca para atraer al público hoy día: es narcisista, hedonista y agresivamente “democrático”. Repasemos: en el video se vive una locura total, un júbilo sin fin, sin drama ni traba alguna que pueda frenar la diversión. Es el paraíso mismo del desenfreno; de lo individual, de la (auto) satisfacción, de la realización personal, del placer sin límites. Podríamos llenar un párrafo entero de adjetivos. Bien, resulta que desde el horizonte se acerca un oscuro y malévolo ejército arcaico y pasado de moda que, lisa y llanamente, quiere acabar con todo eso; que viene a cortar violentamente el derroche de alegría. Quieren cortar el placer, dice el comercial (al menos el que escuché en TV, el de Internet está empezado).

Y resulta ser un retrato perfecto de lo actual: ya ninguno de nosotros vive bajo el rigorismo moderno, si bajo reglas morales y cierta ética; pero ya no cumpliendo con estas reglas sociales de forma estricta, ya no bajo el deber ser para con uno mismo y la sociedad. Ahora se siguen cumpliendo las reglas referentes a la organización en sociedad, pero estas corren más por autogestión o elección a la carta, por personalización, que por deber, obligación o imposición. Lo que antes se hacía por imposición, hoy se hace por placer. Pero las cosas han cambiado: lo que está bien y está mal ya no es estricto; lo bueno y lo malo, lo feo y lo lindo, ya no existen; los antagonismos se han barrido (nada es blanco o negro, hay grises; esa es la frase perfecta que define la abolición de límites y antagonismos). Ahora, en la convivencia social y tal como ocurre en la historia del spot publicitario, vivimos en la era de la autogestión, autorregulación; de los deberes y obligaciones moldeados y personalizados a la carta, al gusto de cada uno. Y el placer, la droga, la diversión, la ebriedad ya no se viven con culpa sino con orgullo y frenesí. Todo es una continua despedida de soltero: no hay mañana, por lo tanto el hoy, el ahora cobra una vida hipertrófica y hay que hacerlo todo ya, probar todo, darse todos los gustos.

En este marco, aquel Estado que se dedicaba a regular las relaciones, aquella era donde un poder superior indicaba a cada uno lo que debía hacer, es visto (al igual que en el video) como un aparato vetusto, antiguo, torpe; perteneciente al pasado, a un mecanismo de orden que ya no funciona, que ha sido barrido en beneficio de la autogestión. Ya no precisamos (reza la publicidad de Coca-cola) Estado, Deber, Ejército, Dios que venga a decirnos qué hacer: el Estado y el Deber somos nosotros; lo moldeamos nosotros; el Ejército ya no sirve por su torpeza y, por su puesto; Dios ha muerto.

Tal y como ocurre con el aparato regulador (ejército, Presidente, Estado) en el reclame de Coca-cola, los mandatarios e instituciones buscan constantemente un lugar en un mundo que ya no los precisa, que se autorregula; por eso los presidentes son más populares cuanto más “hablan el lenguaje del pueblo”, por más que ese lenguaje sea defectuoso; por eso los candidatos discuten de tú a tú en Twitter, por eso se populariza (se democratiza falsamente) todo lo que antes era opuesto a la masa.

Una vez más, tal y como lo muestra el magistral video de Coca-Cola, el individuo actual (posmoralista) ya no vive esta falta de sentido, esta ausencia de proyectos o mañana, de forma dramática. Que el mundo sea absurdo, que el hoy sea lo único que queda, ya no genera depresión; la depresión es típicamente moderna y problemática; es típicamente pasada. En la actualidad todo es deserción; un estancamiento dulce y aproblemático. La falta de rumbo de todo ya no es un drama; es una forma de vida. “Es mejor cualquier sentido que ninguno” dijo Nietzsche: hoy esa frase ha sido barrida, se ha demostrado que se puede vivir sin ningún sentido y que la “felicidad” coexiste con el absurdo.

viernes, 5 de noviembre de 2010

Cartas de un viejo jubilado: primera entrega

¿Por qué he de soportar, cada día, qué ciertos sujetos -idiotas extraviados, debo concluir- se tomen la licencia, el lujo, el descaro de estacionar su coche en la vereda? Es una muestra cabal de la decadencia de nuestro tiempo; decadencia poco relevante, como debe ser. Resulta que hay que bajar a la calle o desviar el camino correcto porque a un Don Atrevido se le ocurre atravesar su jodido auto en dónde debería estar el transeúnte caminando libre y alegremente, o triste, como el sujeto pueda. Pero es intentendible cómo se condena a un simple peatón a bajar la vereda (enfrentándo, creo que no hace falta decirlo, el crudo peligro que acecha en las calles) por un simple antojo.

Parecerá estúpido, y lo es, pero con estas pequeñeces se demuestran grandes cosas. He concluido, luego de un perspicaz y agudo proceso de observación, que cada uno de estos caballeros mongoloides, además de una falta total de vergüenza, dignidad y buen gusto, padecen un evidente delirio de grandeza, derivado en parte de su gris presente y su estereotipada existencia: plagada de lugares comunes, café rancio, corbatas apretadas, lapiceras en el bolsillo de la camisa, hijos feos de seis u ocho años que padecen una marcada hiperactividad y desapego por el aprendizaje de buenas costumbres, y un largo etc... El infractor más destacado, en concreto, es un sujeto apático (de barba de varios días), que va a su trabajo en su piojosa camioneta llena de pegotines en el vidrio trasero lo cuál, seguramente, causará un fatal accidente que incluirá horribles consecuencias, que vuelve a la noche cargado de tristeza, que cada mañana va en chancletas (desligado totalmente de de la realidad, pues si hace frío o calor las usa) a la panadería. Entonces parece que todos nosotros somos culpables de que el señor sea un desgraciado degenerado falto de geometría, traído de un lejano sitio o planeta donde los autos ocupan las veredas y las personas las calles, donde las personas se sientan en el piso y los objetos en las sillas; un lugar inverso. Todos los días, aquel indigno ser humano que no tenga el buen gusto ni la bendición de tener auto y que sea lo suficientemente burro como para no saber levitar, debe pasar por la vereda y; o bien mancharse la ropa contra el óxido del guarda barros de su asquerosa camioneta, o bien bajar a la calle corriendo el evidente riesgo de que un auto lo pase por encima.

Habrá que ver cómo se soluciona este tema; sepa usted, muy señor mío, que la multa correspondiente al mal social, al crimen que usted está perpetrando y perpetuando, es de $1855 (cuatro UR) según indica la norma técnica correspondiente, al día 30.08.2010. Pero ya que lo menciono, he dado, creo, con la raíz misma del problema: apelo al mismo Estado, a la misma ley que algunos miembros del Ejecutivo utilizan para limpiarse el trasero. Está lleno de gente como este hombre, y nada pasa. Así que al diablo con la ley, porque si esperamos por eso, para casos como este, vamos a esperar hasta el fin de los tiempos.

He decidido, y lo vengo manejando desde hace largo tiempo, que lo mejor para todos será colocar una suerte de pincho cuidadosamente pensado para que usted, al salir de su casa una mañana, vea truncas sus espectativas y pinchada una de sus ruedas.
Me veo en el deber de declarar, también, que es un mal familiar, pues durante el verano tuve la posibilidad de ver al hijo de este sujeto, de este vecino irrespetuoso con la dignidad y la cordialidad, utilizando una manguera para mojar la vereda. Si; el niño rollizo e imbécil mojaba, tarde de por medio y debido al ocio y a que su padre no se dignaba a jugar pelota con él, la calle con la manguera por el arte de molestar. Gastaba la preciosa agua. Espero que cuando las fuerzas de todas las potencias mundiales nos perviertan y opriman para sacarnos el agua (¿hace cuanto que vienenen jodiendo con eso de que van a venir a sacarnos el agua?), este niño se haga cargo de su mal. Este pequeño ya tiene conciencia de si, supongo, así que cuando nos vengan a sacar el agua espero tenga la decencia de enfrentar al enemigo y no se quite la vida.

Respetuosamente,

El señor del caos

sábado, 23 de octubre de 2010

Un episodio olvidable

Hoy me tocó, mientras seleccionaba cd’s en Palacio de la Música del Shopping Punta Carretas, presenciar –más precisamente oír- algo raro; no raro en el sentido asociado a extravagancia o peculiaridad –eso ya no se ve-, raro en el peor de los sentidos. Tanto que la palabra no sería raro, pero ya empecé la frase y borrarla implicaría empezarla otra vez. En fin. Mientras iba pasando uno tras otro los álbumes (como el lector se dará cuenta: impulsando las cajas de cd’s hacia delante con el dedo), comencé a escuchar un griterío, griterío que, mientras pasaba por un recopilatorio de los Beatles, invocaba aquel fenómeno de los ’60, la Beatlemanía. Pero tristemente no era eso. Es Ricardo Fort, dijo uno de los empleados de Palacio mientras se asomaba para ver a la estrella(fugaz) pasar por el segundo piso del Shopping. Es Ricardo Fort… Es Ricardo Fort. Sentí dolor en el corazón.


Eso fue lo que pasó: gritos eufóricos en el Shopping para acercarse a Ricardo Fort. Y dije que es algo raro, pero en realidad es todo lo contrario: no es raro que pase esto cuando la gente ve a un sujeto como Fort. ¿Cómo no enloquecerse cuando algo como esto se acerca, pisa el mismo piso que yo? Es horroroso, pero es así. Me guste o no. En cuestión de segundos el local de Palacio de la Música quedó vacío (tanto que me hubiese dado el tiempo para arrancar la cobertura de plástico de seguridad y robarme muchos cd’s, lo pensé ¿y?). Que pase algo así es espantoso. Pero es real.

Calamaro nombra a Beto Satragni en el festivalucho de Pilsen y se escucha un silencio que da vergüenza; luego algunos indignos atrevidos sueltan un aplauso apagado; el típico aplauso de alguien que aplaude porque sabe que hay que rendir honor a alguien pero no sabe por qué ni de quién se trata. La verdad es que hay gente que apesta, que da asco, está lleno de ellos, pasan cerca de uno continuamente. Un músico argentino nombra a un uruguayo como Satragni, un tipo que fundó el beat, el candombe-funk de nuestro país, que lo llevó a Argentina, que formó a Calamaro, que compuso junto a Spinetta en Jade, junto a Charly, que fue taloneado por Sui Generies, que tocó con Miguel Abuelo, Greco, Moro, Moris, Lebón… y la gente “rockera” (dan asco los imbéciles que se autodenominan así en este país) escucha el nombre de Satragni y no tiene idea de quién es, aplauden porque se sienten en la necesidad de hacerlo. De esos indignos, a lo sumo el menos indigno habrá buscado en Wikipedia “Beto Satragni”.

¿Qué tiene que ver? No se, pero lo raro (todo lo contrario ahora: lo común, tristemente) es que la gente se rasga las vestiduras por acercarse a Ricardo Fort (ni siquiera alguien con cara normal) y no saben quién es (quien fue) Satragni. No digo que sea obligación saberlo, para nada. Pero va contra el neo-chovinismo que ha surgido acá, valorar más la mierda argentina que el oro argentino y el diamante uruguayo.

Está claro por qué pasa esto: porque Fort es un formador de opinión, o al menos es un sujeto público, comunicativo exponente de los mass media. Eso lo convierte, hoy, en un referente a nivel social. Y este no es el discurso de cierto sector intelectual (antes teníamos a Mirtha Legrand, ahora a Fort), no es un problema de falta de refinamiento o buen gusto, es un problema peor: es la construcción automática y estúpida de referentes y líderes que, en rigor, no hacen nada. ¿Qué es Ricardo Fort? Y digo este nombre por decir uno. ¿Qué hace él? ¿Qué lo define? ¿En qué se destaca? Existe, y no soy el primero en decirlo, una necesidad padre/hijo entre el espectador o cuerpo social y aquel referente que sale en Tv. Hoy el Estado precisa de los medios de comunicación, pues ahí está la más rápida y simple forma de expandir el poder, tanto que sujetos sin cerebro (y lo digo literalmente; sostengo que Ricardo Fort tiene tomates podridos en la cabeza), decía: tanto que sujetos sin cerebro ni capacidad alguna, puedan alcanzar la escala de idolo y modelo del pueblo. Y que alguien venga a decirme que nadie ve a Tinelli, que nadie quiere a Ricardo Fort ni a Tinelli, porque alguien lo ve. Yo no, claro, pero alguien lo ve y ese alguien, lamentablemente, comparte el mismo aire conmigo. Espero tenga respeto y contenga la respiración.




Que poco coherente que quedó esto. ¿Y?


26/10

Agrego que mi desalineado y caotico post no es una declaración en contra de la avanzada de la "basura" argentina en Uruguay. No es una de esas habituales y estúpidas quejas, cada vez más frecuentes, sobre los medios argentinos inmiscuidos en los medios nacionales. La proclama popular, repito; muy en boga ultimamente, padece de dos problemas. El primero es evidente y creo que no es necesario especificarlo mucho: si la "basura" argentina, la que el lector quiera seleccionar como ejemplo será válida, si ese producto malnacido se ha instalado en nuestros medios, no es sino porque hay una gran cantidad de gente que los consume. Uno pregunta entre diez personas ¿quién ve a Tinelli? y resulta que son dos o tres los que lo ven, algo extraño, porque si eso fuese cierto, no se mantendría en el horario central del principal canal abierto del Uruguay.

Un segundo punto es que la queja del argentinismo decadente (es decir; lo argentino en su peór faceta) en nuestro país, además de culpa o responsabilidad nuestra, es un reclamo absurdo: Uruguay existe por y para Argentina (y Brasil), no soy el primero ni el último en decirlo. Este país no sería tal si no fuese por intereses de dos países en serio que nos rodean. Entonces, que el hijo se queje de tener los mismos gestos y facciones que el padre, es algo absurdo. Además de el sentido de inferioridad uruguayo frente a todo lo argentino, existe una queja constante sobre el producto barato de la vecina orilla instalado en nuestro país. EL DÍA QUE EN NUESTRO BENDITO PAÍS SE ELABOREN PRODUCTOS TELEVISIVOS CON DIGNIDAD, no habrá que quejarse de la importación barata. ¿Por qué son los argentinos los dueños de la Tv uruguaya? Porque, tengo que creer, el producto nacional es peor aún (Pizza Carballo, Bendita Tv, Telemental, la ficción espantosa de Esmoris y el imbécil de Coco Etchague, etc...).

Mi post no se trata de todo esto (ahora, por decantación, si), sino más precisamente de una simple y ocasional comparación entre dos hechos que sentí conectarse (lo de Satragni y lo de Fort). Me importa un rábano si con esto "le doy de comer a Fort y a todos esos". Eso es cierto, pero a mi no me importa matar a nadie de hambre, eso se lo dejo a los que lo saben hacer.

Hoy es casi imposible no ser funcional a sistemas como estos, es muy dificil no ser fagocitado por los medios y jugar su partido. Eso es cierto, pero es otro tema.

martes, 5 de octubre de 2010

Rumbo errado: la ley del clamor popular

¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? Todo comienza a dar un poco de miedo. Realmente; da miedo. La pérdida total de rumbo ha alcanzado finalmente, y este hecho es la muestra cabal que lo confirma, a todas las esferas de lo social. ¿Entre qué reglas, acaso, vivimos? Ya nadie puede, en rigor, contestar esa pregunta sin dudar una, dos y mil veces.

El hecho es simple y repetido: dos tipos entran a robar a un comercio, uno está armado, el otro no. Uno se abalanza sobre el comerciante que, en el acto, le dispara y lo mata ahí mismo. El comerciante le dispara también al otro que sale corriendo y cae en la vereda, sin morir. La policía llega y constata la muerte de uno de los malhechores y descubre que el otro, el que tenía el arma, portaba un arma de juguete. Eso ocurrió el pasado jueves en un comercio ubicado en la calle Eduardo Víctor Haedo.

No vamos a ponernos a decir ni juzgar si a los ladrones hay que matarlos, quemarlos, dejarlos libres, etc., ni tampoco si el comerciante estuvo bien o mal, o debería haber matado al otro también o no debería haber disparado. Pero lo que si podemos decir es; ¿de qué estamos hablando? Hablamos de un tipo que mata a otro porque éste amenaza con robarle en su negocio. Hablamos de un tipo que le dispara a los ladrones y mata a uno de ellos para defender su negocio. Después que el comerciante hizo lo que hizo, la policía le comunica que el arma con la que lo amenazaron era de juguete.

En resumen: el comerciante mató a un tipo desarmado y a uno con un arma de juguete, que intentaban robarle.

Lo verdaderamente terrible de esto no es el disparo, ni la muerte, ni las palabras de cocodrilesco arrepentimiento del comerciante ante las cámaras de La Tele. Lo que aterroriza brutalmente no es ya la escena (de por si lamentable y tragicómica, traída de Los tres chiflados en versión negra), lo que aterroriza es la inversión de las leyes morales: el travestimiento que sufren, de un día para el otro las concepciones de lo que está bien y mal, de lo que se puede hacer y lo que no; el quiebre de todo límite entre el bien y el mal y, también, entre el juego y la realidad. Dos tipos entran a robar, dispuestos a hacerlo, y en realidad juegan a que van a robar; juegan a robar y van a robar. Juegan a matar con un arma de juguete, pero en realidad quieren matar con un arma de juguete. Pero este sería otro tema.

Retomando: es alarmante el giro violento que toman los hechos ante la percepción de la sociedad; lo ocurrido es lo mismo de siempre, pero hoy, con el comerciante libre, ha cambiado algo. La medida tomada por el juez Daniel Tapie (a cargo del caso) se ampara en Derecho, pero más que ley es la respuesta a una agitación social; la medida de dejar en libertad al comerciante que mata a un tipo a balazos, en este mundo enfermo, responde más al pedido general de linchamiento que a las leyes puras y duras.

Y si no, miremos qué dice en los libros de Derecho, es muy simple:

Queda configurada la legítima defensa cuando se dan, necesariamente, tres condiciones:

1) una agresión injusta;
2) que exista proporción entre el medio empleado para defenderse y el empleado por el agresor;
3) que quien se defiende no haya provocado al agresor.


No hay que ser muy astuto para darse cuenta que acá lo que se hace es manipular la ley para satisfacer el pedido popular; como si estuviésemos en la Edad Media, todos sentimos cierta satisfacción al ver cumplido el pedido de la masa eufórica. Ese pedido, que no viene solo de la masa sino de las mismas autoridades al mando (recientes y antiguas declaraciones de hombres al poder lo demuestran), es el de la justicia por mano propia.

¿Se trató, en este caso puntual, de legítima defensa? La primera regla se cumplió a medias: los asaltantes arrinconaron al comerciante. Lo que es injustificable es decir que la segunda se cumplió; no existe ningún tipo de relación proporcional entre el medio empleado para atacar (mostrar un arma de juguete) y el medio empleado para defenderse (matar de un tiro a uno y herir al otro). Y me dirán ¡pero el comerciante no sabía que el arma era de juguete! Y yo diré ¿y cuál es la diferencia? ¿Cambia el hecho que el arma sea de juguete? A la mierda con esas excusas. La ley es la ley, lo sabemos desde el lejano oeste, y acá hay un tipo que mató a otro que lo amenazó; y eso merece una pena carcelaria. Pero claro, parece que ahora esta bien visto, y amparado por ley, matar para defenderse. Es absurdo que un sujeto que reacciona así esté suelto pro la calle, es estúpido. No hablamos de justicia o injusticia; hablamos de reglas, nos gusten o no esas reglas, que son las que rigen nuestra vida.

Si seguimos retrocediendo corremos el riesgo de desaparecer.