sábado, 23 de octubre de 2010

Un episodio olvidable

Hoy me tocó, mientras seleccionaba cd’s en Palacio de la Música del Shopping Punta Carretas, presenciar –más precisamente oír- algo raro; no raro en el sentido asociado a extravagancia o peculiaridad –eso ya no se ve-, raro en el peor de los sentidos. Tanto que la palabra no sería raro, pero ya empecé la frase y borrarla implicaría empezarla otra vez. En fin. Mientras iba pasando uno tras otro los álbumes (como el lector se dará cuenta: impulsando las cajas de cd’s hacia delante con el dedo), comencé a escuchar un griterío, griterío que, mientras pasaba por un recopilatorio de los Beatles, invocaba aquel fenómeno de los ’60, la Beatlemanía. Pero tristemente no era eso. Es Ricardo Fort, dijo uno de los empleados de Palacio mientras se asomaba para ver a la estrella(fugaz) pasar por el segundo piso del Shopping. Es Ricardo Fort… Es Ricardo Fort. Sentí dolor en el corazón.


Eso fue lo que pasó: gritos eufóricos en el Shopping para acercarse a Ricardo Fort. Y dije que es algo raro, pero en realidad es todo lo contrario: no es raro que pase esto cuando la gente ve a un sujeto como Fort. ¿Cómo no enloquecerse cuando algo como esto se acerca, pisa el mismo piso que yo? Es horroroso, pero es así. Me guste o no. En cuestión de segundos el local de Palacio de la Música quedó vacío (tanto que me hubiese dado el tiempo para arrancar la cobertura de plástico de seguridad y robarme muchos cd’s, lo pensé ¿y?). Que pase algo así es espantoso. Pero es real.

Calamaro nombra a Beto Satragni en el festivalucho de Pilsen y se escucha un silencio que da vergüenza; luego algunos indignos atrevidos sueltan un aplauso apagado; el típico aplauso de alguien que aplaude porque sabe que hay que rendir honor a alguien pero no sabe por qué ni de quién se trata. La verdad es que hay gente que apesta, que da asco, está lleno de ellos, pasan cerca de uno continuamente. Un músico argentino nombra a un uruguayo como Satragni, un tipo que fundó el beat, el candombe-funk de nuestro país, que lo llevó a Argentina, que formó a Calamaro, que compuso junto a Spinetta en Jade, junto a Charly, que fue taloneado por Sui Generies, que tocó con Miguel Abuelo, Greco, Moro, Moris, Lebón… y la gente “rockera” (dan asco los imbéciles que se autodenominan así en este país) escucha el nombre de Satragni y no tiene idea de quién es, aplauden porque se sienten en la necesidad de hacerlo. De esos indignos, a lo sumo el menos indigno habrá buscado en Wikipedia “Beto Satragni”.

¿Qué tiene que ver? No se, pero lo raro (todo lo contrario ahora: lo común, tristemente) es que la gente se rasga las vestiduras por acercarse a Ricardo Fort (ni siquiera alguien con cara normal) y no saben quién es (quien fue) Satragni. No digo que sea obligación saberlo, para nada. Pero va contra el neo-chovinismo que ha surgido acá, valorar más la mierda argentina que el oro argentino y el diamante uruguayo.

Está claro por qué pasa esto: porque Fort es un formador de opinión, o al menos es un sujeto público, comunicativo exponente de los mass media. Eso lo convierte, hoy, en un referente a nivel social. Y este no es el discurso de cierto sector intelectual (antes teníamos a Mirtha Legrand, ahora a Fort), no es un problema de falta de refinamiento o buen gusto, es un problema peor: es la construcción automática y estúpida de referentes y líderes que, en rigor, no hacen nada. ¿Qué es Ricardo Fort? Y digo este nombre por decir uno. ¿Qué hace él? ¿Qué lo define? ¿En qué se destaca? Existe, y no soy el primero en decirlo, una necesidad padre/hijo entre el espectador o cuerpo social y aquel referente que sale en Tv. Hoy el Estado precisa de los medios de comunicación, pues ahí está la más rápida y simple forma de expandir el poder, tanto que sujetos sin cerebro (y lo digo literalmente; sostengo que Ricardo Fort tiene tomates podridos en la cabeza), decía: tanto que sujetos sin cerebro ni capacidad alguna, puedan alcanzar la escala de idolo y modelo del pueblo. Y que alguien venga a decirme que nadie ve a Tinelli, que nadie quiere a Ricardo Fort ni a Tinelli, porque alguien lo ve. Yo no, claro, pero alguien lo ve y ese alguien, lamentablemente, comparte el mismo aire conmigo. Espero tenga respeto y contenga la respiración.




Que poco coherente que quedó esto. ¿Y?


26/10

Agrego que mi desalineado y caotico post no es una declaración en contra de la avanzada de la "basura" argentina en Uruguay. No es una de esas habituales y estúpidas quejas, cada vez más frecuentes, sobre los medios argentinos inmiscuidos en los medios nacionales. La proclama popular, repito; muy en boga ultimamente, padece de dos problemas. El primero es evidente y creo que no es necesario especificarlo mucho: si la "basura" argentina, la que el lector quiera seleccionar como ejemplo será válida, si ese producto malnacido se ha instalado en nuestros medios, no es sino porque hay una gran cantidad de gente que los consume. Uno pregunta entre diez personas ¿quién ve a Tinelli? y resulta que son dos o tres los que lo ven, algo extraño, porque si eso fuese cierto, no se mantendría en el horario central del principal canal abierto del Uruguay.

Un segundo punto es que la queja del argentinismo decadente (es decir; lo argentino en su peór faceta) en nuestro país, además de culpa o responsabilidad nuestra, es un reclamo absurdo: Uruguay existe por y para Argentina (y Brasil), no soy el primero ni el último en decirlo. Este país no sería tal si no fuese por intereses de dos países en serio que nos rodean. Entonces, que el hijo se queje de tener los mismos gestos y facciones que el padre, es algo absurdo. Además de el sentido de inferioridad uruguayo frente a todo lo argentino, existe una queja constante sobre el producto barato de la vecina orilla instalado en nuestro país. EL DÍA QUE EN NUESTRO BENDITO PAÍS SE ELABOREN PRODUCTOS TELEVISIVOS CON DIGNIDAD, no habrá que quejarse de la importación barata. ¿Por qué son los argentinos los dueños de la Tv uruguaya? Porque, tengo que creer, el producto nacional es peor aún (Pizza Carballo, Bendita Tv, Telemental, la ficción espantosa de Esmoris y el imbécil de Coco Etchague, etc...).

Mi post no se trata de todo esto (ahora, por decantación, si), sino más precisamente de una simple y ocasional comparación entre dos hechos que sentí conectarse (lo de Satragni y lo de Fort). Me importa un rábano si con esto "le doy de comer a Fort y a todos esos". Eso es cierto, pero a mi no me importa matar a nadie de hambre, eso se lo dejo a los que lo saben hacer.

Hoy es casi imposible no ser funcional a sistemas como estos, es muy dificil no ser fagocitado por los medios y jugar su partido. Eso es cierto, pero es otro tema.

martes, 5 de octubre de 2010

Rumbo errado: la ley del clamor popular

¿Qué es esto? ¿Qué está pasando? Todo comienza a dar un poco de miedo. Realmente; da miedo. La pérdida total de rumbo ha alcanzado finalmente, y este hecho es la muestra cabal que lo confirma, a todas las esferas de lo social. ¿Entre qué reglas, acaso, vivimos? Ya nadie puede, en rigor, contestar esa pregunta sin dudar una, dos y mil veces.

El hecho es simple y repetido: dos tipos entran a robar a un comercio, uno está armado, el otro no. Uno se abalanza sobre el comerciante que, en el acto, le dispara y lo mata ahí mismo. El comerciante le dispara también al otro que sale corriendo y cae en la vereda, sin morir. La policía llega y constata la muerte de uno de los malhechores y descubre que el otro, el que tenía el arma, portaba un arma de juguete. Eso ocurrió el pasado jueves en un comercio ubicado en la calle Eduardo Víctor Haedo.

No vamos a ponernos a decir ni juzgar si a los ladrones hay que matarlos, quemarlos, dejarlos libres, etc., ni tampoco si el comerciante estuvo bien o mal, o debería haber matado al otro también o no debería haber disparado. Pero lo que si podemos decir es; ¿de qué estamos hablando? Hablamos de un tipo que mata a otro porque éste amenaza con robarle en su negocio. Hablamos de un tipo que le dispara a los ladrones y mata a uno de ellos para defender su negocio. Después que el comerciante hizo lo que hizo, la policía le comunica que el arma con la que lo amenazaron era de juguete.

En resumen: el comerciante mató a un tipo desarmado y a uno con un arma de juguete, que intentaban robarle.

Lo verdaderamente terrible de esto no es el disparo, ni la muerte, ni las palabras de cocodrilesco arrepentimiento del comerciante ante las cámaras de La Tele. Lo que aterroriza brutalmente no es ya la escena (de por si lamentable y tragicómica, traída de Los tres chiflados en versión negra), lo que aterroriza es la inversión de las leyes morales: el travestimiento que sufren, de un día para el otro las concepciones de lo que está bien y mal, de lo que se puede hacer y lo que no; el quiebre de todo límite entre el bien y el mal y, también, entre el juego y la realidad. Dos tipos entran a robar, dispuestos a hacerlo, y en realidad juegan a que van a robar; juegan a robar y van a robar. Juegan a matar con un arma de juguete, pero en realidad quieren matar con un arma de juguete. Pero este sería otro tema.

Retomando: es alarmante el giro violento que toman los hechos ante la percepción de la sociedad; lo ocurrido es lo mismo de siempre, pero hoy, con el comerciante libre, ha cambiado algo. La medida tomada por el juez Daniel Tapie (a cargo del caso) se ampara en Derecho, pero más que ley es la respuesta a una agitación social; la medida de dejar en libertad al comerciante que mata a un tipo a balazos, en este mundo enfermo, responde más al pedido general de linchamiento que a las leyes puras y duras.

Y si no, miremos qué dice en los libros de Derecho, es muy simple:

Queda configurada la legítima defensa cuando se dan, necesariamente, tres condiciones:

1) una agresión injusta;
2) que exista proporción entre el medio empleado para defenderse y el empleado por el agresor;
3) que quien se defiende no haya provocado al agresor.


No hay que ser muy astuto para darse cuenta que acá lo que se hace es manipular la ley para satisfacer el pedido popular; como si estuviésemos en la Edad Media, todos sentimos cierta satisfacción al ver cumplido el pedido de la masa eufórica. Ese pedido, que no viene solo de la masa sino de las mismas autoridades al mando (recientes y antiguas declaraciones de hombres al poder lo demuestran), es el de la justicia por mano propia.

¿Se trató, en este caso puntual, de legítima defensa? La primera regla se cumplió a medias: los asaltantes arrinconaron al comerciante. Lo que es injustificable es decir que la segunda se cumplió; no existe ningún tipo de relación proporcional entre el medio empleado para atacar (mostrar un arma de juguete) y el medio empleado para defenderse (matar de un tiro a uno y herir al otro). Y me dirán ¡pero el comerciante no sabía que el arma era de juguete! Y yo diré ¿y cuál es la diferencia? ¿Cambia el hecho que el arma sea de juguete? A la mierda con esas excusas. La ley es la ley, lo sabemos desde el lejano oeste, y acá hay un tipo que mató a otro que lo amenazó; y eso merece una pena carcelaria. Pero claro, parece que ahora esta bien visto, y amparado por ley, matar para defenderse. Es absurdo que un sujeto que reacciona así esté suelto pro la calle, es estúpido. No hablamos de justicia o injusticia; hablamos de reglas, nos gusten o no esas reglas, que son las que rigen nuestra vida.

Si seguimos retrocediendo corremos el riesgo de desaparecer.