lunes, 21 de marzo de 2011

El extraño caso del mozo y la Coca Cola


Si hay algo que representa muy bien a la vida, eso es la Coca Cola. El misterio a su alrededor está a la orden del día: mucho se dice, se especula, se inventa, se desmiente sobre la popular bebida. Últimamente he escuchado a muchos decir que la Coca Cola en envase de vidrio es mejor que la que viene en plástico. No podría estar más en desacuerdo; si bien es cierto que cuanto más grande es el envase de plástico, peor es la Coca Cola, cualquier consumidor reconoce que a la de 600 en su modo plástico no hay quién le gane.

Una noche de no hace mucho tiempo atrás, me encontraba con XV -las iniciales de la persona en cuestión- en un restaurante común y corriente de una calle cualquiera. Fue ahí cuando descubrí que lo de las posiciones acerca de la Coca Cola y los envases es como Dios, el Universo y la Historia: discutible, al menos. El mozo se acercó y le ordenamos nuestro pedido. Al final, cuando preguntó si íbamos a tomar algo, le contesté que sí: una jarra de Coca Cola, agregué refiriéndome a una jarra de refresco "Para 2" que figuraba en el menú a un precio visiblemente más conveniente que el correspondiente a las dos botellitas clásicas de vidrio. Antes de que el tipo se fuera le pregunté si el contenido por defecto se podía cambiar; me contestó que no, que la "Jarra de refresco para 2" sólo era de Coca cola, a lo que yo asentí sin mayores complicaciones. Sin embargo, y sin obligación de hacerlo, el mozo agregó: "La jarra para 2 solo es cono Coca porque es de máquina, la máquina sólo tiene eso". Le dijimos que no había problema ninguno y, sin decirlo, juzgué interesante probar la Coca de máquina para ver si realmente valía la pena la jarra por sobre la botella clásica de vidrio de los bares. XV, que en principio hubiese preferido Sprite, no opuso mayores quejas y aceptó la bebida de máquina.

Minutos después llegó nuestra solicitud, la famosa "Jarra para 2" con bastante hielo que nadie pidió, la pizza, orégano, servilletas. Pasó el rato. Siguieron horas y todo transcurrió normalmente. A decir verdad, en ningún momento pasó nada demasiado extraño, porque a fin de cuentas nada extraña ya. No recuerdo si lo dije en voz alta, pero era la primera vez que me ponía a pensar "estoy tomando Coca Cola de máquina". Intenté evocar el sabor y las supuestas diferencias con sus parientas de vidrio, lata y plástico, y pasé en aquella tarea varios minutos. Algo tiene, pensé varias veces, que sea de máquina le da un toque... Mañana voy a comprame una de botella para comparar sabores, definitivamente, si, esta tiene algo, es obvio, si es de máquina tiene que ser diferente; ¿si no para qué van a ofrecer una de máquina y una de botella?. Qué descubrimiento, pensar que perdí tiempo tomando aquel jarabe envasado en plástico cuando había directamente de máquina con este sabor tan especial, y ni hablar de mi época apocalíptica de Nix cola, eso si fue espantoso.

Hacia el final, cuando el mozo vino a traer la cuenta, y luego de tomar los platos y vasos y la "Jarra para 2" vacía, dijo -nuevamente sin estar obligado-: "¿estaba buena la Coca, no?", y antes de que XV o yo pudiésemos responder que sí, concluyó él mismo: "está bárbara, porque recién destaparon las botellas". Inconsciente del conflicto que había desatado con su última frase, se retiró y no lo volvimos a ver.

jueves, 17 de marzo de 2011

117 con banda sonora

El martes pasado, alrededor de las 20:30 en un 117 Plaza Independencia modelo nuevo, ocurrió la siguiente historia.

Al subir y pagar un boleto que no condice con el servicio prestado a un guarda que observa aterrado y malherido cómo minuto a minuto, día a día, sus facultades laborales se ven amenazadas por un inexorable avance tecnológico y su puesto laboral corre el inminente peligro de quedar en manos de una máquina que hace el trabajo por sí sola, dejándolo en ridículo y con la mera función de ayudar, cada tanto, al transeúnte que no sabe colocar bien la tarjeta para el boleto, en ese entorno habitual, escuché una guitarra tocada con el esmero de alguien que se cree muy bueno en lo que hace, una voz que cantaba y algunas palmas que golpeaban más por falso respeto que por sentimiento real.

Detrás mío, como siempre a esa hora -a cualquier hora en esa zona y en esa línea de ómnibus-, un lote de estudiantes de ingeniería haciendo lo único que hacen en la calle cuando los veo (lo digo sin ánimo de ofender a nadie, pero es algo que me asombra): hablar de cosas relacionadas a las clases en la facultad. Nada en contra de los estudiantes de ingeniería; se que muchos están del otro lado leyendo esto... después de haber leído manuales de ingeniería, claro.

Llegando a otra concurrida parada, donde otro racimo de estudiantes, esta vez pertenecientes a otra facultad, la de economía si no me equivoco, subió al ómnibus, puse atención por primera vez en el sujeto de la guitarra. Fue la primera vez que le puse atención porque fue la única vez que dejó de cantar y tocar. En ese lapso entre tema y tema, y mientras más y más estudiantes de ingeniería hablaban de ingeniería y estudiantes de economía subían vestidos de traje y dos planchas detrás mío agudizaban su debate sobre marcas de gorras y colores fluorescentes a la vez que se reían como idiotas de un tipo que trabaja en un ómnibus para ganarse la vida que ellos perdieron hace tiempo o nunca tuvieron, el artista callejero dijo algunas cosas. A saber:

"... No se olviden que nosotros los artistas callejeros tocamos para todos (...) para los que tienen mucha y poca plata; para los contadores y los kioskeros..."

Hasta ahí iba bien, a fin de cuentas, eso es cierto. Pero he aquí el lamentable remate de su parlamento:

"...Hacemos eso, no como otros que tocan sólo para algunos pocos (...) En el [Teatro] Solís para algunos afortunados, cobrando 200 pesos la entrada."

De este comentario saqué dos conclusiones rápidas: 1) que se trata del lamento de un sufrido músico frustrado y 2) que sintetiza a la perfección cierto imaginario estúpido que puja por una especie de democratización de la cultura.

En rigor, el comentario es justo con la realidad: pero el emisor y las puntualizaciones -Teatro Solís, 200 pesos la entrada- dejan en evidencia un agudo resentimiento disfrazado con las zaparrastrosas vestimentas de la falsa humildad y el populismo malnacido. ¿Quién le dijo a este heraldo negro y gratuito de la defensa del arte que es obligación suya tocar a voluntad en un ómnibus? Nadie, lo hace porque evidentemente NO puede hacerlo de otra forma, y cree que por tocar con una guitarra desafinada en un ómnibus que hace ruido con público que ni lo mira y todavía lo critica desde un blog escondido en el anonimato, es más digno o popular o democrático que aquel que toca con instrumentos de calidad en una sala acustizada con público que pagó 200 pesos para verlo.

Este tipo de sujetos son los que AMATEURIZAN todo producto creativo o intelectual en los países tercermundistas. Son amateurs, sueñan con ser profesionales y por eso defenestran al músico que cobra por SU trabajo.

¿Si no es el músico el que cobra 200 pesos para tocar en el Solís, quién lo hace? ¿El artista, que saca un disco y es practicamente violado intelectual y económicamente por un sello discográfico que se lleva el 90% de las ganancias -en el mejor de los casos-, ahora es culpable por llevar la música a un nivel profesional y cobrar por su trabajo?

Este músico callejero es el elemento que se deshonra a sí mismo y a sus colegas cuando le quita valor a su propio trabajo diciendo que no merece ser tomado en serio y que cobrar por él es mentirle a la gente. Con ese criterio todos los oficios y profesiones tendrían que ofrecerse a voluntad por doquier. Y yo no he visto, hasta ahora, a ningún médico subir a un 117 y decir: "voy a pasar a controlarles el ritmo cardíaco y la presión a los pasajeros, el servicio es a voluntad". No, no lo vi. Qué hijos de puta los médicos, entonces, que cobran por su trabajo y atienden por 200 pesos en consultorios pulcros con guantes blancos. Ya que estamos.