(Pseudo amantes del rock fundamentalistas de mentira y principios muy sólidos, abstenerse, porque sus comentarios no son bienvenidos, nunca)
No me gusta el reggaeton (el reguetón). Su música no me atrae, pero lo peor son sus letras, que siempre giran sobre lo mismo y a veces hacen gracia y a veces dan lástima. Pero ha pasado algo. Sinceramente lo más reggaeton de Calle 13 no me gusta, ni me gustó nunca, pero reconozco que en el fondo -al menos lo creo así- tiene más ironía que sinceridad. Algunas de las famosas canciones del grupo, que dicen muchas cosas guarras (es la palabra que mejor se adapta), y que parecen pura sinceridad boricua, no son otra cosa que una especie de lenguaje callejero autoconsciente. Residente (el vocalista de C13) no nació en la penuria puertorriqueña; viene de la clase cómoda (que no es lo mismo que acomodada) de ese país. Es bastante más ilustrado de lo que quiere vender -y vende, efectivamente.
(No voy a ahondar en esto: para más, consultar la Cinemag que sale este viernes a los dos lados del Plata. Tapa de Anthony Hopkins por El rito, que esperamos con ansia... en Plaza Francia).
Este post no era para promocionar descaradamente -aunque indirectamente lo hace-, sino para compartir un tema del último disco de Calle 13 que se llama Calma Pueblo. Desde el título ya vemos por donde viene; por el lado del Calle 13 activista y todo eso, que todavía no se si definir de puro caretismo o sinceridad. No se, realmente, si el camino comprometido de este grupo (en temas como Pal' Norte, también) es visceral, real, o simple estrategia descarada de marketing. Tiendo a creer que tiene un poco de las dos, y no está mal.
Cuando uno dice Calle 13 lo relaciona con ese género que a muchos no nos gusta, y en seguida los rechaza. A continuación dejo este tema de Entren los que quieran, que salió en noviembre pasado. Yo me lo pasé escuchando por varios días seguidos. Este rap superheavy -qué es si no?- (compuesto junto a Omar Rodríguez-López, guitarrista del grupo de Texas The Mars Volta) es la última frontera en la transformación de Calle 13, transformación que implica contradicción interna, y se nota.
Hace algunos días cierta revista musical publicó un estudio que delata al 2010 como el peor año para el rock en los últimos 50 años. Peor y mejor, en este caso, medidos en base a índices de popularidad. “Apenas tres canciones de rock 'n' roll aparecieron en la lista de los 100 éxitos para 2010 en el Reino Unido, la cifra más baja en 50 años”. La “decadencia” –siempre entre comillas, porque es en base a popularidad, y sabido es que la popularidad casi siempre está equivocada-, que toca su mayor pozo en el año que acaba de terminar, no es repentina: en 2008 los temas de rock en el hot 100 fueron 27; en 2009, fueron 13. Como debe ser, el lugar huérfano del rock es ocupado, según indica el informe –y cualquier ranking internacional- por el pop.
Pero lo que parecería ser un ascenso de la música pop a escala mundial resulta ser una cosa diferente: lo que ocurre -según alcanzo a ver- es un estancamiento del rock más que una evolución positiva del pop. Este género permanece dentro de lo esperable, dentro de su naturaleza e innovación; es el rock el que parece poblado de jóvenes fundamentalistas asquerosos. A contrapelo de la actitud de quiebre con lo existente y la vanguardia, las “nuevas bandas” que se dicen –con orgullo- de rock, profesan ciertos principios sacralizados y desacreditan al pop. Critican cierta liviandad o estupidez en el pop, cuando es más estúpida la impostura de ciertos grupos de rock.
Rockers de juguete hechos en serie ¿Por qué este estancamiento en el rock? Seguramente se deba a esta actitud de rockeritos-reventados-transgresores de cotillón que tiene el 90% de las bandas de la actualidad. Parece tratarse todo de una postura o máscara más que de tocar. “Rockear no tiene que ver con drogas ni como parecer un idiota”, deberían aprender un poco de Mr. S de School of Rock.
(Auténticas bazofias del mismo Lucifer como Ataque 77 –basura total-, La mancha de Rolando –qué asco-, Callejeros –que desastre-, y un aterrador y extenso etc, llenan estadios y atraen a las huestes huérfanas de los Redondos que evidentemente están llenando estadios equivocados. En Uruguay nombremos a No te va gustar, Chala Madre y Once Tiros para demostrar que de esta parte del charco no nos quedamos atrás y hay mucha mierda; demasiada para un país tan chico y con un corazón tan grande).
De algo sirven estos grupos –que pertenecen al rock chabón-: sirven para que Capusotto tenga material de sobra de acá a cuarenta años para sus acertados sketches sobre el modelo-rocker.
El retorno de los reyes El escenario es claro: son cada vez más frecuentes los casos grupos históricos que se reúnen –viejos, gordos, calvos- abandonados por las musas, para reencontrarse con el éxito perdido y rememorar viejos y gloriosos tiempos. Esto no es algo esencialmente malo; ¿qué tiene de malo que músicos consagrados se junten para recordar viejos hits, y de paso hacer algo de dinero? Nada de malo, al contrario. Pero de muestra algo triste en el fondo: viene a confirmar que detrás de ellos no llegó nadie para sustituirlos. Actualmente, a excepción de contados casos, son las viejas glorias (Clapton, Dylan, Paul, los Stones, Zeppelin, los Beatles) las que llenan los estadios, las que emocionan al público. Hasta el mismo Lennon, desde el cielo, levanta y mueve más gente que un ejército de grupos fugaces de la actualidad. Es a la vez vivificante y un poco nostálgico ver cómo tiene que cargarse la mochila al hombro Paul McCartney. Las leyendas vuelven al ruedo, se reúnen, hacen giras; en parte por necesidad propia, pero en gran parte por la obvia necesidad de llenar un vacío que nadie llenó.
¿No hay nuevos grupos, entonces? Claro que los hay, quien va a decir que no: Coldplay, Muse, Franz Ferdinand, Strokes, The Killers, además de los otros: Red Hot Chili Peppers, R.E.M., INXS, Smashing Pumpkins, Foo Fighters… pero, obviamente, cada vez, a medida que pasan los años, son especies que desaparecen. Los Killers son intermitentes y parecen separarse y juntarse, lo mismo con Franz Ferdinand y los Strokes, Keane, los Peppers. Pero más allá de ellos no hay vida inteligente.
El mal del rock Hay dos enfermedades que a esta altura parecen crónicas en el rock: la primera es la tragicómica puesta en escena de la mayoría de los artistas del género, la segunda es la imitación no solo de otros músicos, sino también de cánones y principios obsoletos que, en su época, fueron removedores.
1) Sobre la tragicómica puesta en escena A pocos les sale bien y da gusto verlos con parquedad sobre el escenario; uno de ellos es Bob Dylan. El resto: abstenerse por favor! El problema es que en la actualidad, muchos exponentes de esa facción del rock –siempre recalquemos que es un sector, no la totalidad- se paran mirando hacia el público, tocan sucio y desprolijo, fuerte, gritan, se mueven –como los personajes de Capusotto, nuevamente-. Su actitud no es la de brindar un espectáculo; y con esto no digo que deban prender fuego sus instrumentos ni nada. En estas latitudes, donde ese mal espantoso es mayor –diría que es nativo de estas tierras- y se suma a letras que suenan mal en muchos casos, hay pocos grupos que escapan a esto, se me ocurren: Los Pericos, Auténticos decadentes, El cuarteto de Nos y Closet (un grupo pop ¡cuidado, pop!, que horrible, que superficial!)
2) Sobre la imitación a cualquier precio Una cosa es tomar mucho de los que saben, demasiado; perseguirlos hasta parecerse a ellos. Eso no tiene nada de malo. Pero cuando el objetivo de un artista es copiar la actitud de otro, o la voz, eso ya es desagradable y da risa. Un buen ejemplo de esto es el surgimiento de pseudo-calamaros que han proliferado en Argentina. ¿Cuántos cantantes con voz calamaresca han aparecido? Coti, Pity Álvarez (aunque a este lo perdonamos, porque “estamos enfermos, perdónenos, perdónenos”), Estelares, etc… ¿Cuál es la gracia de mutilarse a uno mismo para parecer otro? Si uno copia a otro puede ser bueno, hasta ser casi como el otro; pero podría ser mejor si fuera uno mismo. Entiendo que a Juanse de los Ratones le fascina Mick Jagger, pero no encuentro que le copie la voz ni los movimientos –tal vez sea porque se le rompería la cadera-. Simplemente no entiendo esto. Es inevitable que un músico esté influido por los Stones y los Beatles o Dylan, pero querer ser una fotocopia de otro es muy triste.
Finalmente, en este marco de estancamiento, no es de extrañar que el pop surja como el gran animador de las radios en tiempos en que lo que llega más rapido a los oídos gana. El pop, a diferencia de otros géneros, tiene en su esencia la fugacidad: las estrellas fugaces son propias de ese género, esas estrellas de un éxito pasajero. Entre tantas quedan algunas.
PD: Me consta que colegas –aunque si a ellos les preguntan dicen, para lavarse las manos: ‘yo no soy cronista musical’- creen que esto es agresivo y atenta contra la producción nacional. Si hay algo que no soporto es la defensa irracional de cualquier porquería por el solo hecho de ser nacional. Allá ellos. Es un poco cansador ver cómo desfilan grupos realmente espantosos por programas de radio con conductores especialistas en inflar egos y elogiar. Nunca me voy a cansar de escuchar a Salvador Banchero fabricando siempre los mismos elogiosos comentarios para cien diferentes bandas de porquería. Es admirable, realmente, cómo una sola persona puede alabar cada basura que se pone enfrente.
Tema excelente con la guitarra de Santana y la voz de Everlast. (No tiene nada que ver con la columna, es solo una elección antojadiza).
PD2: No estoy seguro de nada de lo que digo, si no, no lo escribiría.
PD3: Aunque un poco seguro si, si no, no lo escribiría.
PD4: Supongo que nadie lee ya posts tan largos e incoherentes. Estoy pensando, por recomendación del dueño del blog 10 de noviembre, mudarme a Twitter.
Cuando tenga un número decente de seguidores, la cifra se hará pública y figurarán en este prestigioso espacio. Pero por alguna razón aún desconocida, los seguidores no llegan a la decena, contándome a mi entre ellos, claro está, porque ¿soy un seguidor? Tecnicamente sí, pues leo todo lo que este blog publica.