lunes, 15 de junio de 2009

Pandemonium de Londres

Bueno, voy a subir este cuento que escribi hace unos días... espero que (los que tengan ganas) pasen un rato agradable y lean todo el cuento... de lo contrario, pueden leer otras cosas peores y mejores.

Pandemonium de Londres/ G.Palermo (Joker 23)

Los hechos que he de relatar, no son más que la revelación, la crónica y la traducción de cada diario personal de los implicados. El diario (o el conjunto de diarios) cuentan (con otras palabras y en primera persona) peripecias ocurridas al Sr. K y el resto de los implicados en cierta parte oscura de Londres en el 1805. Vale la pena aclarar que no es sabido si el Sr. K sobrevivió o no. Por lo tanto, es esta la única versión contada por el mismo hombre sobre los hechos. No podemos afirmar tampoco que este hombre viva o no en la actualidad, escasos años después de lo ocurrido. Por otra parte, este diario llegó a mis manos acompañado de otros diarios que, para sorpresa del narrador, están en una armonía casi perfecta con los hechos del diario del señor K. Por tanto, es fácil concluir que este conjunto de diarios registrados por diferentes personas, pertenecen a los mismos días y relatan, en parte, los mismos hechos desde la perspectiva de cada uno de los implicados.
He decidido, por el bien de la narración, transcribir los hechos ocurridos en cada diario y realizar una crónica juntando los tres relatos. El resultado fueron una serie de sucesos ocurridos y protagonizados por algunos de los autores de los diferentes diarios personales.


Cada vez más enredado en el enmarañado centro del mercado, el Sr. K se encuentra recorriendo el mismo. Es otra fría tarde ya envejecida en el húmedo Londres. Corre el día 23 de febrero de 1805 y el río Thames es el claro y simple confín del embrollo que está conformado por edificaciones tan espinosas como grises que se levantan sobre melancólicos suelos de oscuras y lustrosas piedras. Algunas más altas, otras casi al nivel del suelo, pero todas muy juntas conformando un laberinto se encuentran las distintas construcciones de lo que es un típico poblado pre-victoriano.

Misteriosos mercaderes ofreciendo productos dignos de su categoría, los más variados timadores de baja calaña buscando presas de todo tipo, habilidosos martilleros rematando desde las más lujosas propiedades hasta pequeños barriles, y hasta un hombre, de aspecto malhadado y lúgubre, sentado sobre un pequeño banco de madera que sostenía un títere de aspecto demoníaco.
Sumándose a todos estos personajes de dudosa procedencia e intenciones no muy benéficas escondidas de mala manera bajo rostros de aparentes sonrisas, solo bastaba con bajar la mirada al nivel del suelo; donde las ratas se mueven como en casa y, los pedigüeños y vividores, envueltos en mantos que acompañan el aspecto general del lugar se confunden con el suelo y las sobras en un tono gris oscuro, para completar el paisaje.
El Sr. K no se mostraba sorprendido ante este tétrico escenario, tampoco indiferente a las habladurías y murmullos indescifrables de la turba anteriormente descripta que desde el suelo profesaba los más variados deseos en un inglés indefinido y amorfo, después de todo, vivió toda la vida en Londres.
Lo que es innegable, es la superpoblación creciente que por aquellos días, y hasta hoy, padecía Londres, la cuál se encontraba cada vez más apretada, conformando un acervo de gente y edificaciones cada vez menos espacioso y más frío. Sucio y oscuro cobijo de pestes, oscuridad, rumores, leyendas, profanadores de cuerpos, miseria y riqueza.

Horas fueron las que pasó merodeando los intrincados senderos del mercado local que rodeaba con calles estrechas e irregulares el río Thames, encontrando en su camino diferentes e interesantes libros antiguos, y un viejo candelabro extranjero del “siglo pasado”. Pero nada se compara a lo que luego encontraría. Aunque, a decir verdad, y juzgando los hechos, porque esta crónica habla, como dije antes de los Supuestos Hechos, no se sabe bien si él encontró al Suceso o este lo encontró a él.
La cuestión es que mientras atravesaba el mercado, pasando por la avenida principal, dejando atrás la taberna e internándose ahora sí, en la parte más oscura de la ciudad, entró en la más negra de las noches de Londres, acercándose a donde las calles parecen ceder ante las paredes de las edificaciones que se cierran sobre uno.
A medida que el sujeto se adentraba en estas calles, la gente y la luz parecían desaparecer de forma progresiva como si existiese algún mutuo acuerdo entre ambas partes. La ruidosa fricción de los carruajes contra las calles de piedra y el resonar de los caballos también se apagaban silenciosamente, dando paso a un naciente silencio de carácter funesto que descansaba bajo el resplandor de la luna en los charcos de turbias aguas. Hacia el puerto; el río Thames reflejando la luna.
En este momento, cuando todo indicaba que el recorrido debía terminar, el Sr. K, por alguna razón que no tiene verdad ni explicación decidió continuar su recorrido, para encontrarse minutos después con la única señal de vida en las calles. El Sr. K se acercó a la luz de la otra esquina, la única que existía en esa calle a esa hora. A medida que se fue acercando, fue descubriendo que esta luz era muy débil, y se destacaba por el simple hecho de que todo a su alrededor era un panorama fúnebre.
El cielo cubría luna y estrellas con espesas nubes que descendían bajo la forma de una densa niebla que también cubría las calles, siendo cómplice de los hechos que en estas ocurrían y privando de libertad la visión de todo habitante que por aquellas calles se moviera.



Una vez parado sobre el umbral, sintió una voz quebradiza y suave que le hablaba a su lado:

-¿Se va a quedar parado ahí, o va a entrar? Porque si no me equivoco esta frío para estar a estas horas afuera.

Sorprendido, pero disimulando su espanto momentáneo, el Sr. K miró lentamente a su derecha, y vio como, a su lado, se encontraba un hombre que sentado sobre una silla que cuidaba a un lado la puerta, lo miraba fijamente.

-Solo estaba caminando... no pensaba entrar, ya me voy -respondió el Sr. K decidido a seguir rumbo.

-Es raro que alguien esté perdido a estas horas por estas calles y no quiera entrar al único lugar con luz de la zona -determinó el sombrío hombre que sin dejar su asiento volvió a mirar al Sr. K.

-No estoy perdido -replicó el Sr K.

-¿Como sabe que no está perdido… Sr. K? -dijo el hombre desde la silla para sorpresa y espanto del Sr. K.

-¿Cuando le dije mi nombre? -preguntó con tono perturbado.

-Nunca lo dijo -contestó el hombre de manera firme y prosiguió:

-Pero, si quiere saber por qué yo se su nombre, no tiene más que entrar por esta puerta. Que disfrute su estancia.

Sin intercambiar más palabras con este sujeto, el Sr. K decidió entrar al gabinete. Una vez dentro, notó que la poca luz del interior dejaba ver como ciertas figuras se movían entre la sombra y la humedad. Segundos después, desde esa misma penumbra tiesa, surgió otra figura que se destacaba por sobre el resto por una gran sonrisa que dejaba ver sus poco prolijos dientes, ojos vivaces y un pelo enmarañado que parecían suspendidos en medio de la oscuridad.
Mientras este individuo, que mantenía su sonrisa se acercaba, soltó sus primeras palabras con un tono burlón:

-Caminan sin sentido, más de lo previsto y terminan entrando al último lugar del pueblo de Londres, a la cueva más oscura y repugnante. Pero claro, cuando precisan ayuda, esa cueva horrible es su única guía. ¿Es eso lo que lo trae por aquí?

-En realidad es lo que trataba de explicarle al Sr. de la entrada, no estoy buscando ayuda, solo pasaba por su puerta, pero mi intención no es quedarme -respondió el Sr. K.

-Su intención no importa, las intenciones se quedan en la puerta -contestó aquel ser y agregó- Caminan sin sentido, y después no quieren aceptar que se perdieron, ¡Que fanfarronería insoportable! -dijo el hombre de la sonrisa que rápidamente se desdibujó tomando un tono más pavoroso y sádico.

-Disculpe caballero, no quería enfurecerlo, yo le agradezco, pero tengo que seguir mi camino -agregó el Sr. K tratando de finalizar la cuestión y retirarse lo antes posible de aquél antro de perdición.

-Bueno, creo que se hizo tarde, si aún se acuerda de como regresar, si puede ahora desandar el camino recorrido hágalo... ¡Porque puede ser tarde... puede serlo!

-De hecho si, creo recordar como retirarme -diciendo esto, el Sr. K se dispuso a salir.

Una vez fuera, ante la noche encapotada, el Sr. K se despidió rápidamente del individuo de la puerta y se fue. Mientras se alejaba del lugar sin intenciones de regresar, el hombre de la puerta le contestó:

-No se despida, no es necesario aún.

Sin volver la mirada atrás, el Sr. K se alejaba con un paso vivaz de aquél lugar que, solo parecía existir por la triste luz de su entrada. Sería esto lo que no le permitía recordar haber visto el lugar anteriormente.
Cuando el Sr. K se alejaba, una negra carroza pasó a toda velocidad por la calle. El golpe de las patas de los caballos contra el suelo y el chasquido del látigo anticiparon la llegada del carruaje, por lo que el Sr. K se dispuso a preguntarles como hacer para regresar a la calle principal.

-¡Disculpe! -exclamó el Sr. K esperando respuesta de la carroza.

Metros más adelante, el torpe, pero lujoso vehículo detuvo su paso, y desde su interior se dejó escuchar una voz que decía:

-¿Que se le ofrece buen hombre a estas altas horas?

-Quiero regresar a la Avenida Principal, perdí el rumbo -contestó el Sr. K.

-No es buena elección perder el rumbo en un lugar como este, sobretodo teniendo en cuenta los artilugios de valor que usted lleva -agregó el hombre del carro.

-Supongo que tiene razón -completó el Sr. K.

-Puede entrar si quiere, nos dirigimos hacia donde usted quiere -dijo el hombre del oscuro carro mientras en su interior se dejaban ver sombras de otros individuos. Sin obtener respuesta del Sr. K, el hombre del carro ordenó:

-¡Se hace de día, entre ahora! - y tomando del brazo al Sr. K intentó introducirlo en el carro.

Mientras el lujoso hombre de la carroza sorprendió al Sr. K intentando meterlo en el interior del carruaje, una mano de marcados huesos lo tomó por sus pies y, otro misterioso ser lo golpeó en la cabeza.
En este momento de confusión se escuchó el ladrido de dos o más perros enfurecidos que se acercaban al carro, acto seguido, estos perros asediaron la carroza atacando brutalmente a los tripulantes de los cuales tres escaparon, incluido el hombre que habló con el Sr. K, mientras que el resto, es decir otros dos, cayeron presos del ataque de aquellos diabólicos perros que continuaban destrozando sus ropas. Una voz ya conocida por el Sr. K reapareció:

-¡Ahora déjenlos! ya aprendieron su lección, para asegurarnos que así sea los llevaremos con nosotros -ante esta orden, los perros se alejaron de aquellos hombres como un reflejo en respuesta a la orden de su aparente amo.

Este no era otro que el misterioso hombre de la sonrisa demoníaca del cuál el Sr. K se estaba escapando en cierto modo, pero que en este caso, parecía haberle salvado la vida al Sr. K que permanecía desmayado en el suelo de húmedas piedras.
Esa noche no sucedió nada más, o al menos no lo recuerda el narrador de esta crónica a causa de su mal estado.

A la mañana siguiente, y ante un cielo cerrado que parece dispuesto a limpiar todo lo ocurrido en las calles de Londres con lluvia, el Sr. K despertó en una especie de mazmorra o cripta que, a simple vista parecía estar en el subsuelo de la ciudad.
Luego de unas horas recorriendo su oscura habitación de huésped, el Sr. K encontró una superficie que, en la oscuridad total parecía ser de madera, es así como, valiéndose de su sentido más útil en este sitio sin luz comenzó a golpearla.
Minutos más tarde, se emitió un ruido de llaves, y una pobre y deteriorada luz invadió la mazmorra.

-¿No le dije que era peligroso estar por estas calles sin rumbo en aquellas horas? -preguntó la voz familiar del hombre de la diabólica sonrisa.

Aquel misterioso hombre de aspecto extraño supuestamente lo había ayudado, el Sr. K preguntó:

-¿Quienes eran ellos?.

-Escorias de la vida... escorias que intentaron robarle su vida. Por suerte para usted no lo lograron, todo lo contrario, lograron que yo me quede con dos hermosos caballos y dos prisioneros.

-Supongo que le tengo que agradecer si así fue -dijo el Sr. K.

-No me agradezca, acompáñeme -sentenció el aparente maníaco.

Si bien el Sr. K dudó en todo momento del aspecto de aquel individuo, no podía negar que este lo había ayudado la noche anterior, por lo cuál decidió obedecerlo.
El Sr. K siguió al hombre aquel que se movía por el lugar con la seguridad de quien camina por un territorio que conoce muy bien.
Tras subir y bajar escaleras de piedra húmeda y resbaladiza y tras atravesar algunos pasillos, el Sr. K acabó por perder el sentido de ubicación, tal es así, que este no sabía si estaba por debajo de las calles, al nivel de las mismas o por encima, en una planta superior. En cierto momento, aquel individuo se detuvo, y tras abrir una pesada puerta de hierro, mostró, como exhibiendo su trofeo de guerra, a dos hombres que permanecían en el suelo. Junto a estos había un recipiente con una dudosa agua para tomar de color oscuro e indefinido y una gran bola de hierro de importante tamaño a la cuál estos hombres permanecían atados por medio de una cadena.

-No pueden moverse más de lo que su cadena les permite, no se preocupe -dijo el hombre con intenciones de tranquilizar al Sr. K.

-¿Por que me muestra esto tan espantoso? -preguntó aterrado el Sr. K y agregó:

-¿Quienes son? Creo que lo más normal sería llevarlos con las autoridades.

El maníaco, cuya sonrisa se desdibujó una vez más respondió:

-¿Podría comportarse como un caballero, no le parece? Podría usted agradecer por lo que está viendo en lugar de cuestionarse tantas cosas.
Estos dos desperdicios humanos son algunos de los que, la pasada noche, lo intentaron raptar -dijo el individuo que esperaba la aprobación del Sr. K y prosiguió- Está prohibido usar términos falsos e inexactos en este lugar tales como: "normal" y "autoridades". Creo que su estancia aquí le va a enseñar que es normal y que es Normal. Deberá entender además que, lo que usted llamó "autoridades", no parecen comportarse como deberían... Por eso algunos debemos sacrificarnos para enseñar a la autoridad sobre Autoridad.

-¿Por que les hace esto? -preguntó el Sr. K sin siquiera intentar comprender las palabras del individuo.

-Eso tiene que preguntárselo a ellos no a mi querido amigo, ellos tienen la respuesta, pero me temo que es demasiado tarde para que le quiten esa duda.

Cuando el Sr. K volvió la mirada a los prisioneros, advirtió que a ambos les había cortado la lengua y realizado múltiples cortes en la cara. Cuando el Sr. K bajó la mirada tratando de olvidar lo que había visto se encontró con más anormalidades; en el suelo descansaban dos navajas antiguas cubiertas totalmente de plata que se veía manchada por la sangre de las víctimas.

-¡Que cosa tan espantosa trata de hacer con estos dos! -preguntó el Sr. K dando un salto hacia atrás.

-Esa "cosa tan espantosa" que les quiero enseñar se llama: respeto -replicó el hombre con su clásico rostro pálido y burlón. Luego continuó:

-No se pueden mover demasiado están atrapados por las cadenas, están perdiendo sangre y sus cadenas no les permiten alcanzar el recipiente con agua, seguro van a aprender sobre Autoridad. Pero ahora usted no se preocupe por ellos, preocúpese por usted.
Luego de decir esto, aquel hombre se retiró de esa especie de habitación, dejando al Sr. K delante de aquellos dos hombres atados a sus cadenas. Ante semejante situación, este salió despedido de aquel lugar, y mientras recorría los corredores del lugar, escuchaba susurros, gritos y quejas que provenían desde otras habitaciones. El misterioso hombre ya no estaba.

Todavía en aquel corredor tan largo como frío, el Sr. K comenzó a elaborar pensamientos muy variados:

-¿Serán esos gritos provenientes de otros "presos" de este espécimen? ¿Cuantos habrá encerrados en estos pasillos? ¿Que finalidad tan espantosa tiene este hombre? ¿Por que permanezco aquí todavía?

Mientras todas estas interrogantes recorrían al Sr. K, este no lograba todavía dejar atrás estos pasillos intrincados: subía y bajaba escaleras, abría puertas que se cerraban a sus espaldas, escuchaba voces y posteriormente reaparecía en el mismo punto de partida.

-¡Me reflejo en los espejos... no existo, mentira de fábulas! ¿Pero para que el cuando y como... no importa tampoco el donde? Pero es muy importante -fueron algunas de las frases entrecortadas que se escuchaban detrás de las pesadas puertas que estaban hacia los lados pero también hacia arriba y abajo de los túneles.

La magnitud de este laberinto era tal que, en cierto momento, luego de caminar durante horas y horas, el Sr. K localizó una luz hacia la cuál caminó. Una vez allí, se encontró con una ventana muy pequeña, cuya gran profundidad no permitía divisar el exterior que apuntaba hacia la calle pero dejaba entrar algo de luz tenue. Faltaba poco para que comenzara la caída final de la tarde.

Sin darse cuenta que se había dormido, el Sr. K despertó cerca de esa misma minúscula ventana, ya se había hecho de noche y la lluvia entraba desde la calle por la ventana.
Ya se estaría por cumplir un día de encierro en aquel extraño lugar, además, un día sin comida y con agua apenas potable.

Luego de registrar todo lo vivido hasta aquel entonces en su diario, el Sr. K se dispuso a salir de una vez por todas de ese lábil y confuso lugar.
Una vez más en los pasillos estrechos con pisos de piedra, el Sr. K comenzó a gritar por ayuda, ninguna señal... solo la respuesta de las gotas de agua que resonaban en un pequeño charco. Todo hacía pensar que el resto de las habitaciones estaban vacías.
Luego de algunos momentos en los cuales no cesó de buscar ayuda, se dejó escuchar la primera señal de vida en aquel lugar:

-La única salida es la inmolación... una vez aquí dentro, la única salida es esa, no busque más ventanas ni más luces, no busque la puerta por la que entró, no la va a encontrar -expresó una voz desde la niebla- solo encontrará respuestas en esta Voz y en las gotas de agua.

-¿Quien es? -susurró el Sr. K.

-Eso es lo que menos importa, pero, yo solía ser como usted, una persona normal. Un buen día, me encontré perdido en aquellas calles de la superficie, así que llegué a este lugar y nunca más volví a salir. Seguramente porque no me interesó salir. Tal vez porque esta cámara bajo tierra no es más que la representación más real de una parte dormida de nuestra memoria... No es casualidad que usted esté aquí.

Aquella explicación de ese ser viviente que desde la oscuridad hablaba con tono triste parecía ser bastante coherente ya que, en cierta medida, algo parecido fue lo que le paso al Sr. K.
Luego de unos instantes de silencio la voz comenzó otra vez:

-Primero uno intenta escapar, luego se pasa todo el día mirando por esa diminuta ventana, luego corre. Días después, casi sin energías, acaba perdiendo la perspectiva del día, no recuerda la luz del sol ni como llegó aquí. Por último, confunde la realidad con la fantasía, también llamada La otra Realidad, o La Realidad más cierta. En cierta medida, yo no se si usted existe o esta es otra conversación imaginaria de las tantas que se tienen aquí abajo. No se si usted es real o Es Real dentro de mi. Este lugar parece propenso a la locura, más rápido e irrecuperable de lo que usted cree. Enloquecer o morir.

Diciendo esto, la voz se alejó riendo y vociferando cosas sin sentido aparente, frases en idiomas extraños e inconclusos. Por más que el Sr. K persiguió al hombre, este desapareció de la misma forma que el aparente amo del lugar; moviéndose con gran autarquía, acompañado de su sombra por los pasillos lóbregos.

-¡¿Como se hace para salir?!- alcanzó a gritar el Sr. K -Pregúntele a las gotas... le van a responder siempre igual- contestó el hombre ya desaparecido de la escena para sorpresa del Sr. K quien para sus interiores pensó que aquella respuesta fue simplemente irónica y estúpida, propia de alguien alienado.


Los "días" fueron pasando, si bien para el Sr. K el tiempo pasaba, éste no tenía idea cuantos días habían pasado desde la última vez que aquella voz le había hablado desde la oscuridad.
El deterioro psicológico del Sr. K era evidente, en este momento, las anotaciones de su diario comenzaban a dejar al descubierto un estado total de paranoia y confusión de la realidad. El Sr. K escuchaba aquella voz muchas veces que es menester pasar por alto porque esto implicaría, en todo caso, determinar si realmente esa voz existió una vez, y si realmente reapareció o solamente fue un efecto de la imaginación del implicado.

Un buen "día", el Sr. K se encontraba junto a su diario, cuando centró su atención en un ruido en particular, el único ruido de aquel lugar que era constante: las gotas que caían contra el suelo húmedo.
Una y otra vez se escuchó el ruido constante y regular del choque del agua contra el suelo, una y otra vez el Sr. K contestó con palabras a los ruidos. Cada vez que una gota chocaba contra el suelo, el Sr. K emitía una palabra, o en su defecto un simple sonido.
Fue esta simple mecánica la única fuente de intercambio sonoro que mantuvo el hombre durante algunos días: el ruido de la gota era para él su única compañía, la única que se hacía presente en aquel lugar, y la única fuente para interactuar con palabras.
No hace falta ampliar las razones psíquicas que llevaron al Sr. K a entablar relaciones con un simple sonido... seguramente, dicha interacción solo era posible a causa del estado de total soledad y alienación mental que padecía. En cierto modo, preguntaba y respondía a los sonidos monótonos de una simple gota de agua chocando contra el suelo.
Este estado fue tal, que el Sr. K llegó a desarrollar un síndrome de dependencia que hacía necesario el ruido constante de las gotas. A veces, cuando las gotas caían demasiado rápido el Sr. K se molestaba:

-Debería usted escuchar, dejarme hablar, no solo hablar usted sin escucharme- decía cuando las gotas eran muy rápidas y seguidas.

Otras veces, cuando la humedad era menor, las gotas se reducían, llegando en ocasiones a desaparecer. En este momento el Sr. K se encolerizaba, llegando a reclamar la reaparición de aquellos sonidos en la oscuridad:

-¡Esto no puede ser! Exijo que reaparezca, de lo contrario yo no voy a responder nunca más a sus preguntas...

En cierto momento, la manía de aquel hombre, el Sr. K, estaba en tal aumento, que comenzaría a elaborar las más variadas y alucinantes teorías. Es así como concluye que aquella voz que hace algunos días le había hablado desde la oscuridad del pasillo, tenía intenciones malignas, por lo tanto debería eliminarlo.
El Sr. K recordaba una frase de aquella voz: "Enloquecer o morir", ante esto reflexionó:

-¡Exacto! ese espécimen desagradable me quiere enloquecer, me quiere atacar, esta contra mí, esperando el más mínimo espacio para eliminarme, eso si yo no lo mato antes a él- decía mientras esperaba las respuestas de las gotas de agua al chocar contra el suelo.

Diciendo esto, el Sr. K dejó el diario sobre la pequeña ventana, y tomó la pluma con la que escribía el mismo.
El personaje, en claro estado de deterioro mental, comenzó a correr por los oscuros pasillos, cayendo en repetidas oportunidades al suelo. Luego de horas recorriendo esos pasillos, se encontró con un hombre flaco, desgarbado y con aspecto resentido. El otro hombre era pálido y tenía en sus manos un diario personal.
Sin pensarlo dos veces, el Sr. K tomó su pluma y la clavó sobre la espalda de aquel hombre, luego rasgó la herida hacia abajo y quitó la ensangrentada pluma de escribir.
El hombre gritaba en el suelo, y con ojos amenazadores miraba al Sr. K, quien, con una mirada encendida lo tomaba por el cuello asfixiándolo hasta las vísperas de la muerte.



Paralelamente a lo que sucedía en este mundo bajo tierra, sobre las calles de Londres, más precisamente en los periódicos se leía la noticia: la desaparición del Sr. K y un tal Joe Fanning. Estas recientes desapariciones se sumaban a otras tantas ocurridas meses atrás por lo que las autoridades del pueblo intensificaron las búsquedas.

Ante esto, el hombre de la risa macabra que llevara al Sr. K aquella noche para aquellos pasillos, se veía amenazado: no solo buscaban al Sr. K y a J.F., también la misteriosa desaparición de dos hombres; jinetes del especulador coronel Hart.
Tanto los dos jinetes, como el Sr. K y J.F. estaban en su "cámara de tortura" subterránea.

-Parece que es hora de deshacerse de los trofeos -decía el hombre que, sin desdibujar su risa leía el periódico local.

Una vez en los oscuros pasillos, aquel hombre comenzó a recorrerlos, y con la ayuda de su humilde y servil secuaz, llevó uno tras otro a los prisioneros para una habitación común: los dos jinetes, los cuales, además de haber perdido la lengua, parecían perder el color y los rasgos humanos, Joe Fanning; quien había sido semidescuartizado por el Sr. K también permanecía en la habitación emitiendo sus últimas señales de vida. Por último, el secuaz encontró al Sr. K, quien con los ojos sin rumbo, y un aspecto de total extravío llegó emitiendo sonidos indescifrables.

-Están todos -dijo el dueño de casa encargado de aquella situación.

-Serán liberados al filo de la medianoche, en medio de la más abrumadora confusión, en una situación física deplorable, y con un estado mental sumamente perturbado. Ustedes se preguntarán ¿Cómo voy a escapar a la culpabilidad?, es simple: el Sr. K hizo parte del trabajo, demostró que la locura alcanza a cualquiera, solo hace falta un mal día en una cripta con la sola compañía de espectros, ilusiones y gotas de agua para llegar a ella. Él –decía el hombre señalando al Sr. K- , desmembró y dejó al borde de la muerte a Joe Fanning tras un ataque de paranoia típico de este lugar, mientras que, estos otros dos jinetes, no tienen lengua, por lo tanto, dudo que puedan ser de ayuda para esclarecer esto. Para asegurarme...:

En este momento el hombre con una gran sonrisa tomó un cinturón de los pantalones de uno de los jinetes, y luego de colocarlo alrededor de la mano derecha de este, lo ajustó hasta que los huesos sonaron. Resonaron hasta quebrarse uno tras otro como las brasas en el fuego.

-Dudo que puedan escribir lo ocurrido -dijo el hombre riendo y agregó:

-¿No es así?... ¡Lo siento! Olvidaba que no tienen lengua. Seguro fueron los ratones.

Desde este momento y hasta la medianoche, el diario que registró aquellos días del Sr. K parece desaparecer, seguramente a causa del tétrico estado físico y mental del escritor en cuestión. Las últimas anotaciones del diario se tornan más confusas, se parecen mucho a los registros de una mente enferma que lo vio todo y no sabe si ese “todo” es El Todo o La Nada. Una ilusión o una experiencia real. Esto dificulta mi interpretación de los hechos.

Ahora, gracias a la ayuda de las anotaciones de otro de los diarios nos situamos en la medianoche, el Sr. K fue encapuchado junto a los otros tres reclusos de aquel infierno (capital del infierno) helado y húmedo, lo único que se escuchaba eran los ladridos de los perros, las quejas de los otros prisioneros, y las risas desenfrenadas de aquel hombre al escuchar los gritos de dolor de los prisioneros, ese espécimen que lo había capturado hace algunos días.
Luego, sintió el ruido de una carreta, segundos después, advirtió que estaba dentro del torpe vehículo. En cierto momento, y en la más oscura y turbia confusión, su cuerpo, junto al de Joe Fanning y los dos jinetes, fue lanzado chocando contra las pulidas piedras del suelo. La carreta continuó su rumbo y se perdió por las escabrosas calles.


Hasta este momento, el relato fue una crónica de los registros conjuntos de los diarios del Sr. K, Joe Fanning y un tercero sin especificar (supuestamente el maniático que los encerró en la cripta-cámara). Es momento ahora de recurrir a la misiva emitida días después por el Comisario R... quien junto a otros dos encargados del orden y la seguridad de Londres encontraron, al amanecer en medio de la roja niebla a las "víctimas".

El cuerpo del orden de Londres encontró al Sr. K, este despertó sin la capucha, a diferencia de sus otros tres acompañantes, además, advirtió que portaba una daga sumamente filosa y ensangrentada en su cinturón. A su lado estaba el cadáver de Joe Fanning, el cuál mostraba nuevas heridas más frescas. Junto a los otros dos hombres que solo se movían unos pocos centímetros, estaba una bolsa de tela.

El sol comenzó a salir, y el carruaje de la guardia pública del pueblo se acercó, de allí se bajaron tres hombres uniformados:

-¿Que es esto? -se preguntaron espantados.

-Creo que estamos ante el final del misterio de las recientes desapariciones -dijo otro de los vigilantes.

En este momento, el Sr. K, comenzó a soltar palabras de desesperación para trata de explicar lo sucedido:

-Es...es...tres calles atrás, pasillos, p-pasillos oscuros...Juicio perdido no se encuentra solo con buscarlo... se pierde solo o sin advertirlo.

Ante esto, los hombres advirtieron el mal estado mental del emisor de aquellos lamentos de mente lacerada:

-Este hombre no está bien, pero: ¿Quien los dejó aquí? y ¿Quien es el culpable? -se preguntó el uniformado.

-Este mismo delirante y apestoso hombre -respondió el otro señalado al Sr. K.

-¿Cómo está tan seguro? -preguntó el anterior vigilante.

-Es el único que no tiene capucha, además, aparentemente está loco y, si ustedes miran bien, esa daga que lleva esta ensangrentada. Esto es muy complejo como para que alguien lo arregle. Yo en su lugar no dudaría en declarar a este hombre como una víctima más de cólera, enajenación mental y muchos otros males engendrados por el deteriorado estado sanitario de una ciudad superpoblada.

Mientras este uniformado terminaba de decir estas palabras uno de los otros gritó:

-¡Aquí está la repugnante respuesta! -mientras abría la bolsa de tela que permanecía junto a los hombres.

Cuando los otros dos investigadores miraron en su interior, encontraron dos lenguas humanas, eran las de los dos jinetes que estaban agonizando en el suelo.

-Este hombre –decía el guardia señalando al Sr. K- les cortó la lengua a estos dos, acuchilló a este otro y se quiso quitar la vida tal vez... todo con esa daga que lleva allí. No hay nada más para ver, llevémoslos… este loco es el culpable.
Será una buena oportunidad para la prensa sensacionalista londinense.

En este momento el Sr. K comenzó a revolcarse en el suelo y gritaba:

-¡El maniático ríe...es él que hace que no exista!

Nota final

La pregunta no tiene respuesta, el Sr. K puede vivir o no, pero seguramente no recuerda quien fue antes de esa noche.
Mis esfuerzos por encontrar el paradero del Sr. K fueron y continúan hoy siendo inútiles a cuatro años aproximadamente de los hechos. Hace dos años que encontré esta serie de misteriosos diarios personales en aquel mercado (el mismo mercado en el que comenzó este relato) y aún hoy no encuentro respuestas a algunas preguntas.

5 comentarios:

Martín dijo...

La pucha! Resultó más extenso de lo que esperaba... pero me gustó. Una atmósfera interesante, y un lado oscuro que está bueno.

Vamos por más, como dice Giordano.

Saludos.

Corto Maltes dijo...

Bueno Joker, espero me disculpes el tiempo que pasó en volver a comentar pero estube compli cin los tiempos (hayer ni pude postear). El cuento me pareció muy bueno, bastante mejor escrito que los anteriores pero me parecio que le falto algo de sorpresa al final. No se, es como que esperaba algo mas sobre el final y solo se limitó a terminar como un relato o como una cronica. No me mal entiendas , no digo que le falte sorpresa sino que me gustó mas el final del cuento anterior, SSE que este ;)

Joker 23 dijo...

Corto: Primero te agradezco mucho por leer todo el cuento... ya ves que pocos lo hicieron, supongo.

Con respecto al "cuento", tu analisis (honestamente) me parece muy justo, de verdad. Creo que es lo que yo pensé cuando lo terminé. En realidad cobró con el tiempo más importancia el "ambiente" en el que se desarrolla la historia, el entorno, le "gore" de los hechos... esto tal vez me hizo restarle un poco de importancia al asunto final. Concuerdo contigo... me alegro que te tomaras el tiempo.

Saludos y gracias por pasar!

Corto Maltes dijo...

Sin dudas le pusiste mucho incapié al desarrolo y se nota porque no le falta nada de "atmosfera". En cuanto a los pocos comentarios no le des importancia porque mucha gente lee los cuentos con el tiempo, cuando tienen mas tiempo y despues ya no comentan. El hecho que sea tan largo ayuda a que no tengas muchos comentarios. En mi caso, por ejemplo, El informe de jack el destripador es uno de los mas vistos en mi blog, pero si contas los comentarios veras que son bien poquitos en comparacion a la cantidad de visitas que ha tenido desde que lo postee.
No bajes los brazos que con cuentos asi nos tienes a todos bien entretenidos ;)

Joker 23 dijo...

Gracias Corto Maltes... ya de dije que tu informe de Jack el destripador lo leí entero, a pesar de que eran como cuatro partes.


Saludos y gracias por pasar!