El martes pasado, alrededor de las 20:30 en un 117 Plaza Independencia modelo nuevo, ocurrió la siguiente historia.
Al subir y pagar un boleto que no condice con el servicio prestado a un guarda que observa aterrado y malherido cómo minuto a minuto, día a día, sus facultades laborales se ven amenazadas por un inexorable avance tecnológico y su puesto laboral corre el inminente peligro de quedar en manos de una máquina que hace el trabajo por sí sola, dejándolo en ridículo y con la mera función de ayudar, cada tanto, al transeúnte que no sabe colocar bien la tarjeta para el boleto, en ese entorno habitual, escuché una guitarra tocada con el esmero de alguien que se cree muy bueno en lo que hace, una voz que cantaba y algunas palmas que golpeaban más por falso respeto que por sentimiento real.
Detrás mío, como siempre a esa hora -a cualquier hora en esa zona y en esa línea de ómnibus-, un lote de estudiantes de ingeniería haciendo lo único que hacen en la calle cuando los veo (lo digo sin ánimo de ofender a nadie, pero es algo que me asombra): hablar de cosas relacionadas a las clases en la facultad. Nada en contra de los estudiantes de ingeniería; se que muchos están del otro lado leyendo esto... después de haber leído manuales de ingeniería, claro.
Llegando a otra concurrida parada, donde otro racimo de estudiantes, esta vez pertenecientes a otra facultad, la de economía si no me equivoco, subió al ómnibus, puse atención por primera vez en el sujeto de la guitarra. Fue la primera vez que le puse atención porque fue la única vez que dejó de cantar y tocar. En ese lapso entre tema y tema, y mientras más y más estudiantes de ingeniería hablaban de ingeniería y estudiantes de economía subían vestidos de traje y dos planchas detrás mío agudizaban su debate sobre marcas de gorras y colores fluorescentes a la vez que se reían como idiotas de un tipo que trabaja en un ómnibus para ganarse la vida que ellos perdieron hace tiempo o nunca tuvieron, el artista callejero dijo algunas cosas. A saber:
"... No se olviden que nosotros los artistas callejeros tocamos para todos (...) para los que tienen mucha y poca plata; para los contadores y los kioskeros..."
Hasta ahí iba bien, a fin de cuentas, eso es cierto. Pero he aquí el lamentable remate de su parlamento:
"...Hacemos eso, no como otros que tocan sólo para algunos pocos (...) En el [Teatro] Solís para algunos afortunados, cobrando 200 pesos la entrada."
De este comentario saqué dos conclusiones rápidas: 1) que se trata del lamento de un sufrido músico frustrado y 2) que sintetiza a la perfección cierto imaginario estúpido que puja por una especie de democratización de la cultura.
En rigor, el comentario es justo con la realidad: pero el emisor y las puntualizaciones -Teatro Solís, 200 pesos la entrada- dejan en evidencia un agudo resentimiento disfrazado con las zaparrastrosas vestimentas de la falsa humildad y el populismo malnacido. ¿Quién le dijo a este heraldo negro y gratuito de la defensa del arte que es obligación suya tocar a voluntad en un ómnibus? Nadie, lo hace porque evidentemente NO puede hacerlo de otra forma, y cree que por tocar con una guitarra desafinada en un ómnibus que hace ruido con público que ni lo mira y todavía lo critica desde un blog escondido en el anonimato, es más digno o popular o democrático que aquel que toca con instrumentos de calidad en una sala acustizada con público que pagó 200 pesos para verlo.
Este tipo de sujetos son los que AMATEURIZAN todo producto creativo o intelectual en los países tercermundistas. Son amateurs, sueñan con ser profesionales y por eso defenestran al músico que cobra por SU trabajo.
¿Si no es el músico el que cobra 200 pesos para tocar en el Solís, quién lo hace? ¿El artista, que saca un disco y es practicamente violado intelectual y económicamente por un sello discográfico que se lleva el 90% de las ganancias -en el mejor de los casos-, ahora es culpable por llevar la música a un nivel profesional y cobrar por su trabajo?
Este músico callejero es el elemento que se deshonra a sí mismo y a sus colegas cuando le quita valor a su propio trabajo diciendo que no merece ser tomado en serio y que cobrar por él es mentirle a la gente. Con ese criterio todos los oficios y profesiones tendrían que ofrecerse a voluntad por doquier. Y yo no he visto, hasta ahora, a ningún médico subir a un 117 y decir: "voy a pasar a controlarles el ritmo cardíaco y la presión a los pasajeros, el servicio es a voluntad". No, no lo vi. Qué hijos de puta los médicos, entonces, que cobran por su trabajo y atienden por 200 pesos en consultorios pulcros con guantes blancos. Ya que estamos.
Al subir y pagar un boleto que no condice con el servicio prestado a un guarda que observa aterrado y malherido cómo minuto a minuto, día a día, sus facultades laborales se ven amenazadas por un inexorable avance tecnológico y su puesto laboral corre el inminente peligro de quedar en manos de una máquina que hace el trabajo por sí sola, dejándolo en ridículo y con la mera función de ayudar, cada tanto, al transeúnte que no sabe colocar bien la tarjeta para el boleto, en ese entorno habitual, escuché una guitarra tocada con el esmero de alguien que se cree muy bueno en lo que hace, una voz que cantaba y algunas palmas que golpeaban más por falso respeto que por sentimiento real.
Detrás mío, como siempre a esa hora -a cualquier hora en esa zona y en esa línea de ómnibus-, un lote de estudiantes de ingeniería haciendo lo único que hacen en la calle cuando los veo (lo digo sin ánimo de ofender a nadie, pero es algo que me asombra): hablar de cosas relacionadas a las clases en la facultad. Nada en contra de los estudiantes de ingeniería; se que muchos están del otro lado leyendo esto... después de haber leído manuales de ingeniería, claro.
Llegando a otra concurrida parada, donde otro racimo de estudiantes, esta vez pertenecientes a otra facultad, la de economía si no me equivoco, subió al ómnibus, puse atención por primera vez en el sujeto de la guitarra. Fue la primera vez que le puse atención porque fue la única vez que dejó de cantar y tocar. En ese lapso entre tema y tema, y mientras más y más estudiantes de ingeniería hablaban de ingeniería y estudiantes de economía subían vestidos de traje y dos planchas detrás mío agudizaban su debate sobre marcas de gorras y colores fluorescentes a la vez que se reían como idiotas de un tipo que trabaja en un ómnibus para ganarse la vida que ellos perdieron hace tiempo o nunca tuvieron, el artista callejero dijo algunas cosas. A saber:
"... No se olviden que nosotros los artistas callejeros tocamos para todos (...) para los que tienen mucha y poca plata; para los contadores y los kioskeros..."
Hasta ahí iba bien, a fin de cuentas, eso es cierto. Pero he aquí el lamentable remate de su parlamento:
"...Hacemos eso, no como otros que tocan sólo para algunos pocos (...) En el [Teatro] Solís para algunos afortunados, cobrando 200 pesos la entrada."
De este comentario saqué dos conclusiones rápidas: 1) que se trata del lamento de un sufrido músico frustrado y 2) que sintetiza a la perfección cierto imaginario estúpido que puja por una especie de democratización de la cultura.
En rigor, el comentario es justo con la realidad: pero el emisor y las puntualizaciones -Teatro Solís, 200 pesos la entrada- dejan en evidencia un agudo resentimiento disfrazado con las zaparrastrosas vestimentas de la falsa humildad y el populismo malnacido. ¿Quién le dijo a este heraldo negro y gratuito de la defensa del arte que es obligación suya tocar a voluntad en un ómnibus? Nadie, lo hace porque evidentemente NO puede hacerlo de otra forma, y cree que por tocar con una guitarra desafinada en un ómnibus que hace ruido con público que ni lo mira y todavía lo critica desde un blog escondido en el anonimato, es más digno o popular o democrático que aquel que toca con instrumentos de calidad en una sala acustizada con público que pagó 200 pesos para verlo.
Este tipo de sujetos son los que AMATEURIZAN todo producto creativo o intelectual en los países tercermundistas. Son amateurs, sueñan con ser profesionales y por eso defenestran al músico que cobra por SU trabajo.
¿Si no es el músico el que cobra 200 pesos para tocar en el Solís, quién lo hace? ¿El artista, que saca un disco y es practicamente violado intelectual y económicamente por un sello discográfico que se lleva el 90% de las ganancias -en el mejor de los casos-, ahora es culpable por llevar la música a un nivel profesional y cobrar por su trabajo?
Este músico callejero es el elemento que se deshonra a sí mismo y a sus colegas cuando le quita valor a su propio trabajo diciendo que no merece ser tomado en serio y que cobrar por él es mentirle a la gente. Con ese criterio todos los oficios y profesiones tendrían que ofrecerse a voluntad por doquier. Y yo no he visto, hasta ahora, a ningún médico subir a un 117 y decir: "voy a pasar a controlarles el ritmo cardíaco y la presión a los pasajeros, el servicio es a voluntad". No, no lo vi. Qué hijos de puta los médicos, entonces, que cobran por su trabajo y atienden por 200 pesos en consultorios pulcros con guantes blancos. Ya que estamos.
6 comentarios:
Totalmente de acuerdo. Además, por ejemplo, el mes pasado fui a ver a la filarmónica en el Solís. Salía 80 pesos (yo pagué la mía y la de mi acompañante).
Sin embargo, me consta (y me constaba cuando compré las entradas) que la filarmónica iba a tocar gratis en el Parque Rodó.
Si hay algo que me enerva, es la gente que cuando está, esencialmente mangueándote, trata de dibujarla para parecer que te está haciendo un favor.
Lamentable. Si vas a pedir, hacelo con dignidad.
Aparte de eso -porque pedir a cambio de tocar en un ómnibus puede ser agradable o no, pero nunca indigno-, señalar o acusar de elitistas a los demás deja bastante en qué pensar.
Otra cosa: ¿Qué pasaría si es al revés? ¿Si es el músico elitista del Solís el que dice "los que tocan en los ómnibus a un precio miserable desacreditan la música"? Todos hablaríamos de discriminación y soberbia y un montón de cosas más.
Me alucinan tus relatos..
Y una vez más, ese "populismo malnacido" del que hablás es una muestra de la decadencia que sufre y sigue sufriendo la sociedad. Igualemos para abajo que es más fácil que hacerlo al revés. Desacreditemos a la persona exitosa que cosecha los frutos de su trabajo (y si cosecha bien ni te cuento..), porque en realidad no se lo merece.
En fin. Interesante sería analizar los dos grupos de estudiantes que nombraste. Desde mi punto de vista, de las facultades más básicas que hay. Y con básico, no estoy cuestionando su idoneidad en las disciplinas que estudian, sino en aquellos aspectos que hacen (para mí) a la vida de una persona.
Cierta gente sobrestima la ciencia, por ejemplo las matemáticas, olvidándose que también existe "algo más". Se olvidan (y desacreditan a veces) lo artístico. Pierden la capacidad reflexiva que los llevaría a satisfacer al alma (la mejor palabra sería "fulfillment") de una manera más profunda que sólo con la ciencia.
Aclaro que la matemática me parece fascinante y yo también la estudio, pero no hay que olvidarse de balancearla con otras cosas. Por suerte hay excepciones, claro, y podemos encontrar ingenieros y economistas con mayor amplitud de intereses.
Clap, clap, clap.
De acuerdo estimado Comidín23.
Y si, los medicos son todos unjos hijos de puta :P
Aplaudo tu columna, igual que Detaquito. Ahora, cada uno debe tratar de estar conforme con su realidad, y tratar de mejorarla. Evidentemente que para un musico de verdad debe ser frustrante tocar en un bus, pero no olviden que el origen de las artes fue en realidad algo similar a eso (los juglares, los bufoens, etc., no soy historiador, ni cerca) y que en las ultimas epocas de la humanidad se dieron vuelta los valores y los artistas (y ultimamente los deportistas) pasaron a ganar mas que el resto de la humanidad, sea cual sea su profesion. Yo no tengo oido ni para tocar el timbre pero tengo tres sobrinos musicos, jovenes, y cuando puedo colaboro con los que tocan en el bus, por lo menos con aplausos. Por ahora estan abriendo su camino, pero siempre pienso que bien podrian ser ellos los que estuvieran en esa situacion. Saludso y felicitaciones.
No es culpa solamente de un músico amateur que se sube a un ómnibus.
Mire que también hay muchos músicos profesionales que pretenden tener el monopolio de lo popular (por contrapartida a la música que ellos tildan de "elitista" pero que no lograrían emular jamás).
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